R ecientemente, cuando salía de almorzar en un restaurante excelente que adquirió gran fama en Malpica y hace poco que ha abierto en La Coruña, mi primo el oftalmólogo Clemente Lastres me comentó que a nuestro abuelo no le gustaba que se usase el nombre de Costa da Morte para referirse a esa parte singular del noroeste de Galicia. Me extrañó que a una persona de tan sólida formación, como era nuestro abuelo, Alejandro Lastres, le disgustara la influencia negativa que podía tener la indicada expresión para designar un lugar geográfico para él tan querido. La anécdota me hizo reflexionar sobre el acierto de tal denominación y he llegado a la conclusión que en nuestros días, lejos de tener un sentido peyorativo, es una expresión llena de misterio y sumamente evocativa del carácter mágico de nuestra singular Galicia.

En efecto, la palabra "Costa" significa "orilla del mar y tierra que está cerca de ella". Se trata, por tanto, de una referencia geográfica que sugiere, al menos a mí, ambivalencia y completitud. Lo primero, porque el territorio de pertenencia que delimita conjuga dos accidentes naturales: orilla del mar y tierra que está cerca de ella. Accidentes que explican que los que allí nacimos seamos al tiempo de tierra y de mar. Tenemos, es verdad, los pies firmemente posados sobre un terreno, pero, al estar al borde del mar, tenemos la amplia perspectiva que proporciona el horizonte. Lo cual, a mi modo de ver, influye en que no solemos ser personas de mirada corta que solo pueden ver lo inmediato, sino sujetos con una amplia proyección visual abierta, que sin dejar de ver lo inmediato, les interesa la amplitud de la lejanía.

Me sugiere también "completitud", porque la doble visión del mar y la tierra hace que tendamos a completar todo aquello en lo que intervenimos. Con esto quiero decir, que hay sujetos que solo tienen la referencia de la porción de tierra que constituye su entorno, mientras que nosotros, los de a Costa da Morte, además de esa referencia, tenemos la del mar con todo lo que éste representa.

En cuanto a la palabra, "muerte", que es la que tal vez pueda suscitar reticencias, reconozco que puede suscitar, antes que otra cosa, miedo, temor, porque la muerte es el punto final de la vida, que es lo más valioso que tenemos; pero la "muerte" es, si me permite la expresión, "menos fiera de lo que la pintan".

En efecto, se teme a la muerte porque dicen que es traicionera. Pero no estoy muy seguro de que lo sea. Todos sabemos que vendrá, sobre esto no hay duda alguna; y, donde hay certeza, apenas queda espacio para la traición. Tal vez lo que se quiere decir es que, a veces, la muerte se presenta inesperadamente. Pero que la espere o no el elegido, no es cosa de la muerte, sino de los humanos.

Se dice asimismo que la muerte tiene una voracidad sin límites y que se mueve por un único criterio: poner fin indefectiblemente a todo lo que vive. Es cierto; y lo malo es que, sin que nos pregunten si queremos nacer, al concebirnos nos hacen es un préstamo de vida, que vence de un modo inexorable en un momento cierto y que ha de devolverse sin remedio. La muerte no es más que eso: el día del vencimiento del tiempo por el que nos prestaron la vida y en el que tenemos que devolverla. Pues bien, los que somos de este maravilloso lugar geográfico, la Costa de la Muerte (yo que he tenido la fortuna de nacer en Cee) no le tenemos miedo a la muerte porque sabemos que no existe, sino que solo representa el punto final de cada existencia. Por eso, no se puede ver, porque se solapa con el último suspiro de la vida. De aquí que nuestra Costa es la de la "muerte" entendida ésta palabra no en el sentido negativo de algo traicionero y voraz, sino en el sentido de la extinción de la fuerza sustancial que nos prestaron al nacer y que tenemos que devolver ineludiblemente pasado cierto tiempo.

Lo cierto es que se trata de un paraíso geográficamente salvaje y anímicamente tierno, del que se puede hablar con los pinceles y pintar con las palabras. Porque solo un lugar geográfico tan hermoso y tan lleno de misterio es capaz de alumbrar un gran torrente de sentimientos, expresables por cualquier medio.