Las vacaciones son el hábitat natural del diputado a Cortes, no solo en agosto. Se han celebrado cuatro sesiones plenarias desde las elecciones de abril, incluidas la constitución de la cámara y la investidura. Se insinúa a menudo que proponer a un presidente del Gobierno es la única función acreditada del Rey. Se olvida que también es la única utilidad reconocible de 349 de los 350 congresistas. En la tredécima legislatura no han cumplido ni esta función elemental. Otorgarles un gracioso descanso estival incurre en sarcasmo.

Los diputados han de prescindir de la tregua veraniega hasta que no voten un presidente en condiciones. Yo también preferiría disfrutar de unas vacaciones en Mallorca, como el Rey. Sin embargo, el Jefe del Estado alimenta la ficción de que en agosto traslada su despacho de La Zarzuela a Marivent. Por tanto, no existe obstáculo para mantener rondas continuas con los partidos, hasta inocularles una misión que satisfaría sin problemas un niño de trece años.

Las asombrosas declaraciones del Rey demuestran que se opone a unas nuevas elecciones con la firmeza de toda persona sensata, lo cual excluye de nuevo a los líderes políticos. Por tanto, la única explicación de que Felipe VI también se abstenga ante la investidura de Sánchez reside en que el Jefe de Estado teme a los partidos, otra herencia del desdichado final de Juan Carlos I. El monarca ha perdido el pulso, el presidente en funciones le recordó a domicilio el encargo fallido a Rajoy, en una falta de delicadeza que constata la desigualdad de fuerzas. Felipe de Borbón también debería recordar que los borbones franceses pudieron salvarse si se hubieran alineado con la burguesía revolucionaria. Para ello solo tenían que sacrificar a los aristócratas, encarnados hoy en los rancios partidos políticos. Alguien hablará de populismo, pero deberá explicar por qué no hay presidente del Gobierno.