El pasado lunes la India decidio unilateralmente poner fin al Estatuto de Autonomía de Cachemira (7 millones de habitantes) en una decisión que sin duda tendrá graves consecuencias.

Cuando Lord Mountbatten se retiró del subcontinente Indio en 1947 dejó detrás de sí otro de los grandes desastres de la descolonización británica, como Palestina o África del Sur. Los musulmanes se separaron por la fuerza de la India y crearon Pakistán mientras que la región de Cachemira-Jammu, de mayoría musulmana, optaba por seguir como estado independiente. Pakistán no aceptó esta decisión y la invadió, lo que le hizo a Cachemira pedir ayuda a la India en la que posteriormente decidió integrarse con un Estatuto Especial recogido en el artículo 370 de la Constitución, que le reconoce una amplia autonomía y que prohíbe adquirir allí tierra a los no autóctonos. Pakistán, disconforme, ha hecho cuatro guerras contra la India por este motivo. Hoy el 55% de Cachemira está bajo control indio, un 30% de Pakistán y el otro 15% bajo dominio chino.

Lo ahora ocurrido es muy grave porque forma parte de la ola de nacionalismo hindú que promueve el presidente Modi ("una Nación, un Pueblo") y que está llevando en la India un absurdo programa de hindustanización forzada (religión, lengua, castas etc). India ha enviado miles de soldados a la región y ha bloqueado todas sus comunicaciones telefónicas y por internet. Cachemira es hoy un agujero negro, aislado del mundo y donde no se sabe lo que pasa.

Tres hechos pueden ayudar a comprender lo ocurrido. Por una parte, el pasado febrero una incursión terrorista desde Pakistán mató a 40 soldados indios y en escaramuzas posteriores un avión indio fue derribado, algo difícil de soportar en el clima de nacionalismo desatado que domina en Nueva Delhi. Por otra, la ola de hindustanización con la que Modi alcanzó la presidencia en mayo rechaza la existencia de un territorio musulmán vedado a los indios. Y, finalmente, Trump hizo hace unas semanas una intempestiva oferta para mediar en la disputa que ha debido poner muy nerviosos a los indios.

Cuando en 1962 China derrotó a India en una guerra fronteriza, Pakistán pidió a Kennedy que mediara en favor de un arreglo sobre Cachemira y en la subsiguiente negociación la India, muy debilitada, fue forzada a hacer grandes concesiones territoriales que sin embargo Pakistán consideró insuficientes. Su intransigencia condujo al fracaso de la mediación y al endurecimiento de la postura de Nueva Delhi porque se dio cuenta de que en el plano bilateral ella era más fuerte y que la interferencia extranjera solo beneficiaba a Pakistán.

Por eso, cuando 1965 Pakistán invadió Cachemira con los EEUU empantanados en Vietnam, los rusos trataron de mediar pero sólo consiguieron que en el Acuerdo de Tashkent las partes aceptaran regresar al status quo pre-bélico. Y esa situación se mantuvo hasta la tercera guerra Indo-pakistaní (1971) en la que la India le devolvió "el favor" a Pakistán apoyando la segregación de Pakistán Oriental o Bangladesh. Para firmar la paz, India impuso el Acuerdo de Simla donde se dibuja la línea de demarcación hoy vigente y se estipula que ambos países ventilarán en el futuro sus diferencias "por medios pacíficos y negociaciones bilaterales". A este acuerdo se agarró la India cuando estalló la cuarta guerra Indo-pakistaní y Pakistán le pidió sin éxito a Clinton que mediara. Fue el último intento de mediación que ha habido.

La diplomacia norteamericana es buena y sabía todo esto muy bien. Si durante la visita a Washington del primer ministro pakistaní hace unas semanas Trump ha metido la pata diciendo que el presidente indio le había pedido mediar en el conflicto de Cachemira y que a él "le encantaría" hacerlo, provocando el inmediato desmentido de Modi, es porque va por libre y no escucha o no lee los papeles que le prepara su Departamento de Estado y porque todo lo fía a su instinto, como ha hecho en el caso de Corea del Norte que solo ha producido hasta la fecha un par de fotos y la legitimación internacional de Kim.

La razón que probablemente ha movido a Trump a querer hacer un regalo a Pakistán es porque lo necesita para llevar a buen puerto sus actuales negociaciones con los talibanes de Afganistán para poner fin a la que ya es la guerra más larga de los EEUU, que comenzó tras el ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001. Y eso a pesar de su fanfarronada de que él podría acabarla en dos patadas si optara por "planchar" a bombazos el país, cosa que no hace porque eso costaría diez millones de muertos. Y se quedó tan ancho. Afganistán es una tierra abrupta, habitada por razas indómitas dominadas por señores locales de la guerra y de las drogas con los que es difícil llegar a acuerdos y que no desean un fortalecimiento del régimen central de Kabul. Rudyard Kipling lo explicó muy bien en su delicioso cuento The man who would be king que se convertiría luego en una estupenda película protagonizada por Sean Connery y Christopher Plummer.

Ahora hay conversaciones en Qatar entre los norteamericanos y los talibanes, y Trump desea que Pakistán les retuerza el brazo cuanto haga falta para poder repatriar a sus tropas. La sorpresiva abrogación de la autonomía de Cachemira complica mucho este propósito porque distrae la atención de Pakistán al tiempo que eleva muchos grados la tensión con India. Y no hay que olvidar que ambos países tienen arsenales nucleares. No hace falta ser adivino para augurar problemas.