H ace algún tiempo, en el año 2005, escribí en este mismo diario una contundente columna titulada R2P. Estas siglas se corresponden con el acrónimo habitual en inglés para nombrar la llamada "Responsabilidad de Proteger". ¿Y qué es esto? Pues una figura del Derecho Internacional Humanitario, precisamente surgida en aquel momento, que a tenor de los acontecimientos que se han vivido en los últimos tiempos en el Mediterráneo, y también hoy, conforma la máxima actualidad. ¿Por qué? Pasen y vean...

Miren, cuando un Estado no es capaz o no quiere proteger los derechos más elementales de sus conciudadanos, o directamente los vulnera, la R2P establece que cualquier otro Estado está obligado a tal tarea. "Pero oigan, ni son sus nacionales ni nadie le ha dado vela en este entierro, ¿no?" Rotundamente falso. Desde 2005, la vela es global. Si vulneran los derechos de personas que no son tus ciudadanos, y su Estado o mira para otro lado o es cómplice, como digo, tú estás obligado a hacerlo.

Dicho esto, la polémica del Mediterráneo, el Open Arms, el Ocean Viking y los Estados que miran para otro lado queda finiquitada. Directamente, tanto Malta como Italia o el resto de los países que hacen oídos sordos a la desesperada petición de ayuda de las organizaciones no gubernamentales están violando flagrantemente, y con conocimiento de causa, dicho Derecho Internacional Humanitario. No es una cuestión de ética, o de estética. Es norma. Y esta está para ser cumplida, sin ningún tipo de vacilación.

Otra cosa, diferente, puede ser la pertinencia de arbitrar medidas para buscar otro tipo de salida a los flujos migrantes, controlando así la creciente actividad de mafias vinculadas al tráfico de personas. Probablemente sí que se ejerza un efecto llamada si se sabe que hay barcos dispuestos a rescatar a personas en situación crítica. Pero, ¿y qué? Eso no debe ser óbice para realizar tal labor, de ninguna manera. Trabájese a otro nivel para reducir el impacto de la acción de las mafias, y búsquense alternativas para la necesaria „sí, muy necesaria, se diga lo que se diga„ entrada de migrantes dentro de nuestras fronteras. Pero en ningún caso se puede ejercer un menoscabo en la responsabilidad para con las personas, adquirida por nuestros representantes cuando firmaron los papeles vinculantes sobre R2P en Naciones Unidas. Ya no por la necesaria ética o humanidad, que también y que debería presuponérsenos. Porque no cabe otra posibilidad.

Sobran los exabruptos desde diferentes elementos del arco político. Sobran los debates. Sobra todo lo que no sea acudir al auxilio „¡ya!„ de quien puede perder la vida por una malentendida concepción de la legalidad vigente, en este caso coincidente con los valores más solidarios. Cuando una persona se ahoga, se muere de frío, ve su salud deteriorada por la tuberculosis o, directamente, tiene hambre, hay que actuar. Luego, mucho más en frío, se podrá dilucidar quién tiene que afrontar qué cosa, o cómo la Unión Europea ha de modificar directrices para abordar problemas, realidades y situaciones a las que no se puede mirar de lado, o no mirar. Pero lo urgente, absolutamente amparado por lo pactado en aquella Asamblea de 2005, es que nadie se muera en el mar. Y, o nos ponemos las pilas, o seguirá el macabro suma y sigue que entre todos estamos bendiciendo con nuestro silencio.

En fin... Ya ven que en este caso la respuesta a un tema complejo es sencilla. ¡Apliquen la norma! Y esta dice que si un ciudadano libio „¿se imaginan cómo están allí las cosas?„ es rescatado en el Mediterráneo, tanto Italia como Grecia como cualquiera de los bienpensantes países integrados en el multilateralismo de la ONU han de actuar. ¿Cómo? Pues, para empezar, salvando el más elemental de los derechos de esa persona, que es el derecho a la vida. Y, solo a partir de ahí, ver cómo se puede reconducir el flujo migratorio, minimizando el impacto de las mafias y, a la vez, satisfaciendo las evidentes necesidades de incorporación de personas de países como el nuestro, diezmados por la falta de natalidad asociada a un modelo que casi anula la capacidad de cuidado de los hijos de las familias, al no disponer de recursos ni tiempo para ello. ¿No lo ven ustedes así? Pues miren las cifras de natalidad y... no hay mucha más tela que cortar.

En fin, queridos amigos y lectores, que las cosas no están para dilaciones, para mirar para otro lado o para decir que nosotros no tenemos nada que ver con todo ello. ¡Y tanto! Seguiremos en ello. Mientras, sigan ustedes bien, pasen unos buenos días en este núcleo de agosto y, por tanto, del verano, y seguimos hablando.