No creo exagerar si digo que los tiempos que vivimos son mentalmente abrasadores. Es posible que haya habido otros iguales o peores, pero a mí no me ha tocado padecerlos. Y es que, a poco que observemos la realidad, vemos que empieza a estar mal visto, cuando no prohibido, algo tan propio del ser humano como es pensar por uno mismo.

Es verdad que siempre hubo corrientes de pensamiento y que unas que acabaron por imponerse a otras, pero se trataba en todo caso de una confrontación de "pensamiento" contra "pensamiento", un "combate" intelectual, en el que ineludiblemente estaba por el medio el pensamiento.

Hoy no hay disputa intelectual, sino simplemente imposición: hay unos que son supuestamente poseedores de la verdad actual revelada y otros, los demás, que no deben desplegar más actividad mental que acatar sin discutir esa buena nueva. En esa atmósfera de pensamiento totalitario, sin libertad, es muy fácil detectar a los que discrepan del dogma, a los que tienen la osadía de pensar por sí mismos. Y claro, una vez detectados, y como en los tiempos de la Inquisición lanzar contra ellos las mesnadas de los "fanáticos" para que los hostiguen en los medios y las redes.

Pues bien, vista la rapidez con la que progresa el grupo de los "acríticos", no hace falta esforzarse demasiado en demostrar que están aumentando de modo alarmante las personas que se vuelven invisibles. Y es que así como hay plantas de sol y de sombra, se podría hablar también de personas de luz o visibles, y de oscuridad o invisibles. De las personas de luz, de sol, esto es, las que cultivan el pensamiento crítico y sintetizan en su ser con extraordinario provecho lo mejor del intelecto humano, no hay mucho qué decir porque son las menos y lo resisten casi todo. Tienen el espíritu fuerte, son muy capaces y activas, están llenas de energía y, por irradiar fulgor, no dejan a nadie indiferente: las admiran, los menos; las envidian sanamente, bastantes más; y son legión los que las odian injustificadamente.

A la categoría de los que se han vuelto invisibles pertenece una mayoría que va creciendo preocupantemente a medida que va poniéndose el supositorio mental de "lo políticamente correcto". Se vuelven invisibles porque al acatar sin más las "consignas" de los que piensan por ellos, van volviéndose transparentes hasta que dejan de verse.

Aunque parezca lo contrario por el ruido que se levanta contra los que piensan por sí mismos, quienes requieren toda la atención de la sociedad son las personas invisibles. Y ello porque soportan mal la desnutrición del pensamiento. Es como si su interior hubiera sido esculpido en ceniza y hubiese que resguardarlo para que no se desmorone a la primera ráfaga de viento. Por eso, no suelen abrirse, guardan para sí y sus más allegados ese interior volátil y quebradizo.

Con todo, no es fácil saber cuándo se está ante una persona invisible, pero no tanto porque no pueden ser vistas, sino porque cuando actúan en los medios como fanáticos fustigadores, no dan la cara, son cobardes y necesitan ocultarse en seudónimos para atreverse a decir, generalmente insultos y sin el más mínimo razonamiento, lo que nunca dirían a cara descubierta.

Lo malo es que este aumento imparable de las personas invisibles que fustigan en los medios a los que piensan por sí mismos no solo está cercenando seriamente la libertad constitucional de pensamiento, sino que nos están haciendo entrar en el reinado de la estupidez. Como ha dicho recientemente Arturo Pérez-Reverte en una entrevista que no tiene desperdicio, "ahora vivimos entre montones de inquisiciones", añadiendo "el malo es suficientemente inteligente para darte la libertad que sabe que necesitas. El estúpido te las niega todas. Primero nos mandaron los ricos, luego los resentidos y ahora los estúpidos". No puedo estar más de acuerdo.