El verano es propicio para cultivar lo inútil: ¡está tan abandonado el resto del año! Lo útil es objeto de veneración en esta sociedad y por eso ya no se estudia latín, mucho menos griego, y la historia solo si tiene a la momia del dictador como protagonista, lo demuestra el hecho de ver pasar las efemérides sin que les dediquemos la menor atención afanados como andamos con la investigación operativa, el marketing, la cibernética, el wifi y los partidos de fútbol.

Los días pasados han sido de gran inquietud porque ¡se iba a suprimir el fútbol un día de la semana! Han sido momentos de pesadumbre, de lógica consternación, todos nos preguntábamos, a veces simplemente con la mirada entre vecinos, inquiriendo una respuesta tranquilizadora porque, de verdad, alguien se había parado a pensar en frío qué íbamos a hacer ese día sin fútbol. ¿Es que algún prójimo (un concejal o un diputado autonómico) tiene para ofrecer mejor esparcimiento que un televisor retransmitiendo la liga, la contraliga, la Champions, la contrachampions, el torneo del rey, el de la reina y el del arzobispo de Zaragoza? Porque, si es así, que no se corte y que lo diga? Me temo que no hay nadie en esas condiciones. El juez (¡menos mal que los jueces se dedican a asuntos importantes!) lo ha resuelto señalando un día en blanco de fútbol pero imagino que vendrá una medida cautelar y otra cautelarísima para llenar ese hueco que puede tener efectos pavorosos en la armonía de esta sociedad futbolísticamente desatendida.

Tales sobresaltos son los que es preciso evitar en los días veraniegos que por eso debemos dedicar como decía a lo inútil, a aquellas actividades preferidas: por ejemplo recordar cuentos antiguos, los oídos a los abuelos, un empeño fácil, basta con enredar en los pliegues de la memoria y animarla con los colores del pasado, con quimeras llenas de brujas o de titiriteros de ese circo que ya no existe porque el niño juega en su habitación llena de cachivaches tecnológicos con la Playstation.

O a ver el vuelo de los pájaros inquietos, de un lado para otro buscando los árboles y los huertos para picotear en ellos y llevarse el alimento a sus nidos en el pico, siempre soñando con el Jardín del Edén que les ha sido arrebatado pero que ellos recrean en cualquier parcela de un adosado. ¡Maravillosos los pájaros! Disfrutando con insolencia de una libertad escrita con mayúsculas, brincando desde la Creación pero sin vivir sus pesadumbres ni ataduras, sin sufrir a los profetas ni a los rabinos, siempre volando burlones, protegidos por su fantasía juguetona y desafiante. El pájaro disfruta de la naturaleza sin necesidad de saber nada de ella ni tener que escribir una tesis doctoral para los burócratas abominables de las anecas. El pájaro construye su armonía a base de una tenacidad jovial y de no leer los periódicos.

El verano es el mar, es decir, ese hallazgo de fuerzas esotéricas, cuyas páginas, que son las olas y las mareas, las mueve la mano de la Providencia con incansable primor, como mueve las nubes, jóvenes eternas que jamás calman sus anhelos errantes.

Recuerdo de la época en que estudiaba o explicaba en la Facultad que las leyes nos enumeraban aquellas actividades inocentes que constituían el uso común de las playas y las costas. Consistían en "pasear, estar, bañarse, navegar, embarcar y desembarcar, varar, pescar, coger plantas y mariscos...". ¿Se puede resumir mejor lo que una persona honrada puede y debe hacer en vacaciones? Antes se añadía la palabra "carenar" que significa arreglar pequeñas embarcaciones, ahora ha desaparecido pero restaurar un velero para que de nuevo pueda abrazar la aventura y a esas gaviotas que la acompañan también está acogido por la benevolencia legal.

El verano tiene el porte elegante de lo inútil. ¡No lo desaproveche!