Tengan buen día. ¿Qué tal están? Hemos cruzado ya de largo el Rubicón del 15 de agosto, probablemente el día más festivo en toda Galicia, y nos disponemos a disfrutar del último tercio de este mes. Cuando fenezca, aparecerá septiembre y, con él, la calma. La quietud después del desenfreno, en términos turísticos. Y volveremos, seguramente aún con retazos de tiempo veraniego, a las estampas más habituales en nuestras villas y ciudades. Viviremos, no cabe duda, más tranquilos.

Sin embargo, el frenesí del verano es, en sí, una industria y un importante rubro en nuestra economía. Nuestra Galicia, hoy despojada de muchas de las actividades productivas y fabriles de antaño, ha encontrado en el turismo un alter ego de su forma de vida, con una cuidada, variada y hasta vanguardista panoplia de propuestas turísticas. Hemos aprendido mucho, y de la mano de emprendedores de toda índole en diferentes partes de nuestra geografía, sabemos que hoy ofrecemos mucho y, de ello, una buena parte merecedor del calificativo de "muy bueno".

Pero hemos de andar con tiento, porque lo avanzado poco a poco durante años, despacito y con muy buena letra, y acompañado por la suerte, puede verse truncado en muy poco tiempo. Una mala contestación, un querer hacer "el agosto" de forma desproporcionada, un ejercicio de falta de profesionalidad aquí o allá o quizá un mal servicio pueden ser amplificados hasta el infinito y contribuir a un descrédito de sectores que han peleado mucho para llegar al momento actual. Sería una pena, porque hay muchas personas trabajando de forma denodada detrás de nuestra oferta turística, mejorando cada día con ilusión. Pero es evidente que en sectores donde los profesionales se cuentan por miles, es imposible la excelencia absoluta. Y fallos los hay.

Hoy me he fijado en esto después de comer en un restaurante al que he acudido más veces, en zona de costa de la provincia de A Coruña. Todo había sido bueno siempre... hasta hoy. Mi reflexión, al salir de allí, fue: ¿para qué habré ido en agosto? Y es que en mi caso, estando cerca de casa, puedo repetir cualquier día. Pero me pongo en la piel del turista, y entonces surgen las alarmas. Porque incluso yo, refractario a cualquier tipo de reseña en distintas redes, y que jamás habló de si fui aquí o allá excepto en esta breve licencia que me permito ahora con ustedes, me doy cuenta de que a veces buenos sitios pueden morir de éxito. Y, quizá, esta no sea una buena política.

Me ahorraré los detalles de la comida, porque creo que sobran. Pero les diré que un plato de rape cobrado como tal no consiste normalmente en una única finísima loncha, a modo de "carpaccio", cortada con microtomo. O que vender agua del grifo microfiltrada al precio de agua mineral de marca tampoco me parece lo más correcto. Si a eso sumamos restricciones como las de no hacer café „buscando una mayor rotación de mesas en un entorno en el que los turistas sobran„ o de no aceptar servir una copa de vino a uno de los comensales, porque "en agosto solamente se venden botellas", mal asunto. Al final, uno paga, se va y ya está. Y probablemente volverá, porque la relación con tal local viene de lejos y uno es comprensivo. Pero querer ganarlo todo junto, entendible, puede ser sinónimo de matar a la gallina de los huevos de oro. Porque quizá otro no vuelva. Y es que en los detalles está la virtud. Y muchos de ellos no cuestan dinero.

No es negocio fácil el de la hostelería, no. Ni el de la hotelería. Ni seguramente ninguno cara al público. Pero hemos de recordar que es precisamente ese público el que tiene la llave de nuestra supervivencia como destino turístico. Y ya que no podemos competir en sol y playa, hemos seducido al mismo con generosidad en el buen comer, precios más bajos que en otras zonas, y nuestro entorno sencillamente mágico. Si nos cargamos todo lo primero, puede ser peligroso. Y esta es una tendencia que no detecto por primera vez.

Bueno, esta es mi experiencia hoy. No le hagan demasiado caso, si no están de acuerdo. Pero si lo estuviesen, o hubiesen detectado estos días algo parecido, entonces quizá concordarán conmigo en que hay que tener cuidado. Consolidar, y no pasarse. Porque que nuestras costas estén llenas, nuestro Camino de Santiago a rebosar, y nuestros recursos turísticos anden hoy boyantes no es algo automático ni irreversible. Es, a pesar de todas las cuitas y sinsabores de cada servicio, algo por lo que hay que pelear cada día. Y, así, seguir mereciendo toda la confianza que hemos sido capaces de cosechar, apostando a medio y largo plazo, mucho más allá de este agosto que enseguida pasará...