El problema de ese triste trío de ases europeo formado por Boris Johnson, Salvini y Orban, bajo la sombra tutelar de Trump, es que piensan lo que muchísima gente, en concreto la que reacciona a las situaciones de forma directa e instantánea, sin pasar su "idea" por el filtro de la reflexión (literalmente, plegarse sobre uno mismo para darle otra vuelta). La representación política es algo parecido, un intercambiador con función básica de atemperar las reacciones inmediatas del representado. De hecho, lo que piensa esa gente que no piensa es con frecuencia lo que pensamos todos en una primera reacción impulsiva, antes de sujetar el impulso echando mano del buen sentido (llamado "común"), la racionalidad y el sistema personal de valores, en el que las cosas se pesan y sopesan. El problema añadido es que se trata de una enfermedad regresiva muy contagiosa, pues apela a nuestra naturaleza.