Para el economista italiano Giovanni Dosi, el autoritarismo y la xenofobia del hasta ahora hombre fuerte del Gobierno italiano, el ministro del Interior ya en funciones, Matteo Salvini, "son la expresión concreta de un nuevo fascismo".

Y si puede hablarse, según él, de "emergencia económica" en Italia es porque La Lega de Salvini ha sabido explotar "cínicamente el resentimiento social de los más pobres para aprobar leyes que han terminado favoreciendo a los ricos".

No otra cosa hace, por cierto, en Estados Unidos el político que tal vez más admira Salvini, el presidente de EEUU, Donald Trump, un multimillonario sin escrúpulos que ha hecho de la más cruda y simplista demagogia y del insulto al adversario su particular estilo de hacer política.

Esta se ha convertido en muchas partes en mera apariencia, en un cínico espectáculo en el que los tuits, los eslóganes más simplistas del tipo América, primero y los selfies a todas horas con la gente hacen innecesarios programas y argumentos.

Pero la política es también últimamente lo que los italianos llaman "transformismo", fenómeno cada vez más extendido del que un conocido editor y ensayista de ese país llamado Giulio Bollati dio una excelente definición en un libro en el que indagaba el carácter nacional de sus compatriotas.

El transformismo, escribía Bollati en L´ Italiano (Ed. Einaudi), representa "el retorno a un estado salvaje dominado por los egoísmos". Y continuaba: "Las opciones ético-políticas se convierten en improvisaciones fungibles y diversas".

"El transformismo, añadía Bollati en aquel libro, publicado en 1983, es decir mucho antes del fenómeno Salvini, "es apariencia, espectáculo, indiferencia al mérito de las cuestiones planteadas. Su objetivo es el poder por el poder".

Transformismo es lo que vemos en Italia cuando el ex jefe del Gobierno Matteo Renzi amenaza un día a su Partido Democrático con una escisión y al día siguiente, en un intento desesperado de frenar a Salvini, propone una coalición de los suyos con quien antes consideraba su peor enemigo, el movimiento Cinque Stelle.

Transformismo, el del propio Matteo Salvini al pasar de insultar diariamente a los italianos del sur cuando sólo lideraba la Lega Nord, llamándolos malolientes, incultos o perezosos, a cortejarlos demagógicamente y sin pudor, tras extender su Lega desde la parte septentrional del país a todo el territorio.

Y transformismo del propio electorado: así, en solo unos años, los italianos han votado en masa primero a Forza Italia, de Berlusconi; luego, al Partido Democrático de Renzi, para sentirse finalmente atraídos por el populismo, de muy distinta orientación, de Cinque Stelle y la Lega.

El semanario L´ Espresso habla de "una movilidad sin precedentes, en la que millones de italianos imposibles de encasillar políticamente van de aquí para allá siempre dispuestos cambiar el sentido de su voto". Lo cual, agrega, equivale a "una neurosis, de la fragilidad del sistema, de un tejido social indefenso". E Italia no está sola en eso.