Es muy de agradecer la fidelidad del lector que te vuelca su parecer, positivo o negativo, sobre el último minuto escrito, y la de aquellos que te sugieren tema para otra semana. Uno se siente reconfortado porque tienes un enlace más con el mundo que te rodea, y asidero amable que te respalda ante tanta deslealtad. Algo parecido viví hace días en Covas, al lado de Viveiro (Lugo), en el chalé de Rosa y Carlos y su extensa familia. Cuando accedí encontré a una de las hijas ocupada con un perrazo, creo que lo estaba cepillando. En cuanto acabó el cuidado, el perro se vino hacia mí, allí yo era el nuevo y lo desconocido de aquel entorno, y nada más sentarnos en el porche ya estaba olisqueándome hasta que debió convencerse que yo era de fiar, como de la familia. Y antes de que Lucía intentase llevarse a Cota -que ese es el nombre del bicho-, el animal estaba tumbado junto al sillón del amo, y allí permaneció quieta y atenta a lo que su amo indicase. Me enteré que Cota tiene 2 años, que es una perra de raza Braco húngara, y que fue el regalo a Lucía cuando acabó arquitectura. Ya quisiera yo la fidelidad de aquella perra para todos los que tenemos que movernos en las tierras movedizas de la opinión pública.