En agosto, con playa, tumbona y chiringuito parece que el tiempo transcurre con mayor placidez. Aún así, para unos corre mientras que para otros da la impresión de no moverse y eso, que es subjetivamente cierto, es objetivamente falso porque el tiempo avanza siempre a la misma velocidad y ya Stephen Hawkins se ocupó de explicarnos que nunca retrocede. Lo que pasa es que no siempre lo hemos medido de la misma manera.

Antes era un lío. Ana Rodríguez, investigadora del CSIC, recordaba en un artículo cómo explicaba un martiriologio medieval la fecha del nacimiento de Cristo: "En el verano 1599 desde la creación del mundo, en el 2957 desde el diluvio, 2015 del nacimiento de Abraham, 1510 desde Moisés y el éxodo de los judíos de Egipto, 1032 desde la coronación del rey David, en la semana 65 de la profecía de Daniel, en la Olimpiada 194, en el verano 752 desde la fundación de la ciudad de Roma, en el verano 42 del reinado de Octavio Augusto, cuando por toda la tierra reinaba la paz, Jesucristo, Dios eterno, nació hombre de la virgen María". El que lo escribió recurrió a todas las mediciones y autoridades a su alcance para fijar uno de los momentos cruciales de la historia de la humanidad y acabó logrando un auténtico galimatías. Y encima, cuando el monje Dionisio el Humilde trató de aclararlo en el siglo VI, le fallaron las matemáticas con el resultado de que con toda probabilidad Jesús nació en el año 7 a. C. y en consecuencia hoy estaríamos en 2026. De todas maneras, muy pocos le hicieron entonces caso y cada uno siguió midiendo el tiempo como le parecía. Entre nosotros, sin ir más lejos, los visigodos utilizaban la Era Hispánica que partía del año 38 a. C., cuando Hispania se convirtió en provincia Romana. También los musulmanes siguen su propio sistema y lo miden desde la Hégira o huida del profeta Mahoma desde La Meca a Medina en el año 622 d. C. Y en el caso de los judíos es todavía más complicado porque miden el tiempo desde la creación del mundo hace exactamente 5579 años y piensan que el mesías debe venir antes del año 6000. Ya falta menos.

Esto en cuanto a los años. Otro asunto a dilucidar era el momento de su comienzo. El ciclo de las estaciones lo conocían los prehistóricos al menos desde la invención de la agricultura hace unos 10.000 años porque lo necesitaban para saber cuándo sembrar, y algunos quieren ver un mapa celeste en unos dibujos de Lascaux, que tienen 17.000 años. Pero la primera evidencia indiscutible es la alineación hacia el solsticio de invierno de la tumba irlandesa de Newgrange, que tiene 5000 años. Desde entonces las huellas aparecen por doquier, desde Egipto (templo de Abu Simbel) y China al mundo de los mayas. En casi todas estas culturas agrarias, el nuevo año se situaba en el equinoccio de primavera (21 de marzo) que marcaba el renacer de la vida tras la dureza e incertidumbre del invierno.

Según la leyenda de Rómulo, que debía ser un pésimo astrónomo, hizo un calendario que comenzaba el mes de Marte (marzo) y que era muy impreciso porque tenía diez meses y se adaptaba mal a la duración de la órbita terrestre alrededor del sol (365,256 días). Por eso los romanos le añadieron dos meses (enero y febrero) y luego decidieron que el año comenzara el 1 de enero por razones políticas, según cuenta Ian Morris (Universidad de Stanford), porque era la fecha en que tomaban posesión los cónsules electos. El año 46 a. C. César lo reformó nuevamente (calendario Juliano) y confirmó el uno de enero como comienzo del año. Es la fecha que acabaría imponiéndose en el mundo aunque no lo tuvo tan fácil.

Por ejemplo, con los cristianos. El Tercer Concilio de Tours en 755 decidió que el año comenzaba el domingo de Pascua. Eso tenía el inconveniente de que cada año caía en una fecha diferente por celebrarse la Pascua el primer domingo después de la primera luna llena, tras el equinoccio de primavera. Era un auténtico lío que resolvió el papa Gregorio XIII en 1582 (calendario Gregoriano) cuando fijó el comienzo del año el 1 de enero (como ya habían hecho antes los romanos) diciendo que era la fecha de la circuncisión de Cristo, y eso poco a poco lo fueron aceptando los demás cristianos (aunque a los protestantes les repugnaba inicialmente seguir una decisión "papista"), pero no los ortodoxos orientales que prefieren el 14 de enero, ni los chinos que sitúan su comienzo entre el 21 de enero y el 21 de febrero (segunda luna tras el solsticio de invierno boreal), ni los persas (21 de marzo), ni los hindúes (mediados de noviembre), ni los musulmanes cuyo calendario lunar es entre diez y doce días más corto que el astrológico y en consecuencia cada año que pasa el suyo se adelanta unos días al nuestro. Sea como fuere, hoy para 2/3 de la humanidad el año comienza el 1 de enero, que ya es bastante.

Otro asunto es si la hora de España debe regirse por el meridiano de Berlín... pero esa es otra historia. Y mientras, estamos en verano y algunos se van de vacaciones esperando poder negociar los apoyos necesarios para la investidura antes de la fecha tope del 23 de septiembre, olvidando que tempus fugit, como ya decían los romanos y que dejarlo todo para última hora es muy arriesgado como recuerda el sabio refranero cuando advierte de que a quién madruga, Dios le ayuda.