El Reino Unido ha recurrido más de una vez al bluf en su larga historia imperialista, y su actual primer ministro, Boris Johnson, es un profundo conocedor y admirador de la misma.

Ahora pretende recurrir Johnson a esa vieja estrategia en su pulso con la Unión Europea, pero mide seguramente mal sus fuerzas porque Gran Bretaña no es Estados Unidos ni, por supuesto, la UE equivale a Centroamérica. Bruselas debe ser perfectamente consciente de la debilidad de la posición de su chantajista, un político al que ha elegido solo un sector privilegiado de los tories, que representa además una clarísima minoría del Parlamento británico.

Signo de su debilidad es que se haya deshecho prácticamente de todos los ministros del equipo anterior y formado un equipo prácticamente solo de fieles que tendría que tomar la decisión seguramente más difícil de la posguerra británica.

El Brexit sin acuerdo con el que Johnson amenaza a Bruselas en el caso de que la Comisión Europea no se siente otra vez a negociar con él, tras haberlo hecho hasta la saciedad con su predecesora, Theresa May, podría ser solo el prólogo de una guerra económica con el continente.

Una guerra propiciada desde el otro lado del Atlántico por el presidente Donald Trump que parece haber encontrado en Johnson un buen instrumento para su política de sembrar cizaña entre los europeos. Si Gran Bretaña, liándose la manta a la cabeza, abandona mañana el club europeo sin acuerdo, quienes vendieron el Brexit como la única forma de recuperar la soberanía cedida a Bruselas, solo cambiarán de "dependencia".

Aunque fuera solo por instinto de supervivencia, el Reino Unido no tendría entonces más remedio que lanzarse en brazos de los EEUU de Trump, que aprovecharía sin duda, como hace siempre, su posición de fuerza a la hora de negociar un acuerdo bilateral de comercio.

No deberían esperar nada los británicos en ese caso de su "relación especial" con la superpotencia: EEUU, y más aún con Trump y su equipo de halcones, defenderá con egoísta denuedo solo sus intereses.

Y eso no afectará solo a las relaciones económicas, sino que también en lo que respecta a las políticas y militares, crecerá la dependencia de Londres con respecto de Washington.

Ya lo hemos empezado a ver con el rechazo por parte de Boris Johnson de una misión militar exclusivamente europea para garantizar la libertad de navegación por aguas del Golfo.

Eso habría sido todavía posible con su predecesora, pero Johnson prefiere evidentemente alinearse con un Gobierno como el de Trump que pretende encabezar esa misión e involucrar así a los aliados europeos en su peligroso conflicto con Irán. ¡No aceptemos el bluf del líder tory!