La visita oficial de Donald Trump el pasado mes de junio al Reino Unido ha servido para agudizar una preocupante anomalía en las relaciones internacionales. Ya es habitual que el mandatario norteamericano provoque deliberadamente la polémica con sus formas broncas y su tendencia a inmiscuirse en los asuntos internos de los Estados que visita, rompiendo una de las más elementales normas de la diplomacia. A las injerencias constantes de Trump en la maltrecha política interna de los anfitriones, se sumaba la inestabilidad que provocan algunas de sus intervenciones. En este caso Trump ha desplegado su conocida hostilidad hacia la Unión Europea insistiendo en que los británicos deberían abandonar la Unión por las bravas, es decir, la tesis de un Brexit duro y sin acuerdo, que sería un disparate para todos. No contento con ello ha mostrado su preferencia por el populista Boris Johnson, entrando de lleno en la lucha por el liderazgo del Partido Conservador al que ya ha mostrado puede contra con unas relaciones comerciales de primer orden.