No dio mucho de sí el pleno del Congreso sobre el Open Arms aunque es muy probable que el error haya sido esperar más en fondo y forma de una sesión que no era, ciertamente, para debatir sobre el asunto enorme de la emigración en todos sus extremos con opiniones solventes y datos concluyentes y actualizados sino, simplemente, para pedir y dar explicaciones sobre un episodio llamativo sí pero menor, muy menor en medio de la incesante dinámica migratoria y sus mil implicaciones. Nada nuevo sobre la embarcación en cuestión, si será sancionada o incautada por España o se imitará a la justicia italiana que se ha quitado el asunto de encima en 24 horas y hasta otra. Nada nuevo sobre la condición de los rescatados, escapados de una guerra o una persecución étnica, o solo deseosos de una vida mejor en el continente rico. Nada sobre su futura ocupación en España. Lo dicho, un episodio menor que el gobierno resolvió como pudo, sin errores y con bastantes aplausos que, en parte, debiera agradecer a Abascal y de Quintos empeñados siempre en devaluar argumentos de entidad con tonos tremendistas y ocurrencias patosas.

Por eso, por el escaso alcance del motivo del pleno, los comentarios posteriores se han centrado en las intervenciones de las dos portavoces Álvarez de Toledo y Arrimadas, y la trifulca, una más, entre socialistas y podemitas. Seguí la sesión lo suficiente como para dar a la vicepresidenta Calvo bastante mejor puntuación que a las citadas y, como consecuencia, también para quedarme con la impresión de que el pleno no perjudicó al gobierno y en cambio trasladó, otra vez, la imagen de una oposición de centro-derecha que pinta con brocha gorda y que, encima, no pierde ocasión de sacudirse codazos para disfrute de los escaños socialistas. En cuanto al rifirrafe en la izquierda, a resaltar la contundencia de Simancas reiterando lo dicho por Sánchez hace un par de meses para cerrar el sueño podemita de un gobierno de coalición: no son ustedes de fiar y no se puede ser gobierno y contragobierno a un tiempo. Tiene toda la razón el portavoz socialista pero entonces debería su jefe explicarnos por qué no tenía inconveniente en sentarlos en el Consejo de Ministros hace tan poco. Tampoco el encontronazo perjudicó al gobierno sino al contrario porque Iglesias ya resulta cansino en sus exigencias por incoherente. No puede pretender la comprensión de sus votantes, y menos del resto de ciudadanos, quien vuelve a pedir insistente que Sánchez se avenga a negociar su apoyo a cambio de lo mismo que rechazó en julio, tres carteras y una vicepresidencia. Iglesias se ha equivocado en todo, se conoce que el síndrome de aislamiento de la realidad que experimentan los inquilinos de Moncloa también se da en Galapagar, y a Sánchez le basta con que pasen los días y lleguen las elecciones para recoger votos podemitas en toda España. Ahora, ante la tercera vía de Sánchez, tanto si apoya la investidura pero sin ministros como si la rechaza y carga con el baldón de impedir un gobierno de izquierdas por tercera vez, Iglesias pierde. Se ha lucido.

En resumen, nada se perdieron los que estaban en la playa en lugar de atendiendo a un pleno en el que brillaron por su ausencia propuestas positivas y sobraron comparaciones imposibles a más de odiosas, alusiones a Zapatero y Rajoy, profecías tenebristas, patadas entre los que deberían sumar y no se soportan y alusiones del diputado valenciano a un señor con barba, impropias del Congreso de los Diputados aunque al señor de Compromís le parecieran una exhibición de ingenio.