Los coruñeses se sienten satisfechos con la calidad y buen servicio del transporte urbano, que se ha ganado la preferencia del público como medio de locomoción, rápido y económico, para las áreas alejadas de la ciudad, pero hemos tropezado con el desdén de los políticos. La Coruña fue la primera ciudad a la que se le adjudicó la construcción de una estación intermodal y, por lo acaecido, será la última (ciudad) en contar con tan fundamental instalación para el transporte local. En tanto, se ha minimizado la estación de autobuses y se ha permitido la entrada de los buses de cercanías hasta Entrejardines, donde se ha improvisado una estación al modo exótico del más modesto país sudamericano. El abandono viario y la concurrencia de grandes vehículos ponen de manifiesto la precariedad del pavimento en su recorrido por las calles de Linares Rivas, Cantones, etc., necesitadas de un rebacheo urgente, al que todavía nadie se ha referido. La fachada marítima sigue postergada, mientras en el Ayuntamiento se cambió de orquesta, aunque uno tiene la impresión de que, en los nuevos dirigentes, no es perceptible el don de la alegría, ni el swing edilicio de las grandes ideas. La plantilla anterior de "humanizar" las infraestructuras, tan barajada en el ámbito municipal, nos ha mostrado que solo con ocurrencias fonéticas no se pueden acometer problemas de fondo. Hay que superar ideas que, en otros tiempos, orientaban el viento dominante, porque no se pueden derramar cuotas de demagogia sobre prioridades imaginarias.

Efectivamente, como nos recordó La OPINIÓN, el Portiño es el puerto geográfico de La Coruña donde mejor se pueden contemplar sus nocturnos. Nuestra ciudad tiene una luz prodigiosa, como lo reflejan sus incomparables galerías que expresan, como en ninguna otra, la vocación de la luz. Tan es así, que cuando la ciudad se recoge, en sus casas, lo hace acodada en los alféizares para contemplar sus calles, verdaderos cauces de convivencia.