Es lo que le vino a decir esta semana a la ministra Carmen Calvo el veterano actor José Sacristán, como quien media entre dos críos irreconciliables; "poneos de acuerdo, por favor". No da la impresión de que haya ganas, aunque ya se sabe que las impresiones a veces pueden engañar, sobre todo las primeras. Algunas empresas tecnológicas están desarrollando chips capaces de leernos el pensamiento; con este dispositivo implantado en la base del cráneo, nuestra conciencia será un libro abierto para todo el mundo. La disputa por el dominio de la robótica es la nueva carrera armamentística del milenio, y hay indicios de que alguna compañía de dudosa reputación en el respeto a la privacidad puede haber obtenido ya los primeros resultados. Hablamos de neurotecnología, la nueva ciencia que hará posible avistar los recovecos más profundos de la mente, despojarlos de su misterio, predecir nuestras intenciones e incluso modificarlas. ¿Se imaginan cuánto poder?

Si les horroriza descubrir que cualquiera puede desnudar y manipular a su antojo sus deseos de individuos comunes y anónimos, piensen por un instante cuánto nos beneficiaría saber qué les pasa por la cabeza a las personas de cuyas decisiones depende nuestra felicidad. Si en julio hubiéramos sabido que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias nunca iban a alcanzar el feeling suficiente como para impedir otra convocatoria de comicios, probablemente nos habríamos zafado de pasar las vacaciones con la letanía preelectoral taladrándonos el hipotálamo como una mala migraña. Si ellos se hubieran confesado inútiles para superar sus miedos y sus personalismos y abordar la encomienda de las urnas de la que se apropiaron tan pronto se computó la última papeleta, nos habríamos ahorrado quizás unos meses de esta incertidumbre estéril y absurda que arrastramos desde hace una eternidad y que solo ha servido para instalar la inoperancia en muchas administraciones y para constatar que las instituciones pueden seguir funcionando sin los políticos pero para ellos, es decir, sin arruinarles sus planes. Estos días analistas y expertos son consultados sobre la siguiente perspectiva: ¿habrá elecciones? Algunos sostienen que esa decisión ya está tomada de antemano, lo que convierte las negociaciones en un absoluto paripé, una estafa, se podría decir. En realidad, la cuestión principal no es la de si tendremos que volver a votar. El problema es que tirar una y otra vez los dados para ver si sale un resultado más cómodo está abaratando la eficacia del propio sistema, porque la democracia, además de eso, también consiste en saber interpretar y llevar a la práctica, con leyes y con acciones, lo que ha decidido la mayoría.

No parece preocuparnos demasiado esta perversión; ¿acaso el fin de la normalidad democrática nos parece más una ficción que una amenaza real? Puede que no. La escritora Margaret Atwood dice que su novela apocalíptica El cuento de la criada no tuvo tanto éxito en los noventa como tras las últimas tres convocatorias electorales en los Estados Unidos, aunque seguramente la versión televisiva en formato de serie también habrá tenido mucho que ver en este ascenso de su popularidad; en cualquier caso considera que las nuevas generaciones se están "rebelando contra la extinción". Atwood acaba de presentar su nuevo libro, Los testamentos, donde cita a Ursula K. Le Guin, autora de referencia en el relato de ciencia ficción y fantasía, géneros desde los que abordó temas como el sexo, la ecología o los peligros del poder y los sistemas políticos. Le Guin afirmaba que "jalear la competición por el poder lo devalúa todo". Su apuesta era por el trabajo en equipo, "aunque es verdad que las sociedades que piensan como yo, cuando encuentran a las otras, mueren", decía. En esa lucha entre dos modos de mover el mundo tenemos la clave del mañana. Esta es una pista trascendental.

Volviendo al tema de las conversaciones para formar gobierno, es lógico que la consecución de un acuerdo estable presida la negociación, como también lo es que no se pueda garantizar a día de hoy que, de haber una hoja de ruta consensuada, ese guion será lo que ocurra finalmente. Sería como hipotecar la toma de decisiones futuras a otros acontecimientos que están por venir, en un mundo muy líquido. ¿Cuántos de ustedes seguirán yendo al gimnasio dos horas a la semana cuando acabe este curso que empieza? Le Guin también decía que "la libertad no es un regalo sino un trabajo duro". Puede que esa sea la clave; mientras no haya dispositivos que lo desvelen no será nada fácil saber qué les pasa por la cabeza a nuestros políticos, así que de momento ellos aún tienen la oportunidad de aprender lo necesario para demostrarnos a los demás que el hecho de que no se entiendan hoy no significa que no puedan llevarse bien en el futuro. Lo malo es que si no lo intentan, jamás lo averiguaremos y tan solo nos quedará la triste sospecha de que, en realidad, nunca lo desearon.