Mientras en España se exorciza como criminal cualquier contacto con Bildu invocando a los mil asesinatos etarras, Estados Unidos negocia en Qatar la devolución de Afganistán a los talibanes, a espaldas del gobierno de Kabul. En efecto, se rehabilita a los mismos integristas culpabilizados de los tres mil muertos del 11-S y de otros 2.500 cadáveres norteamericanos en suelo afgano. En el estéril recuento de víctimas, han sido cinco veces más mortíferos que ETA y se han salido con su voluntad a lo grande. Podrán restaurar la dictadura, ahora con el patrocinio de Washington. Ni siquiera se les ha obligado a cambiar de nombre, y todavía menos a abdicar de la charía represora.

La política nunca ha sido políticamente correcta. No espere leer hoy los encendidos artículos de quienes en septiembre de 2001 reclamaban una intervención letal contra los talibanes afganos que acogían a Al Qaeda, destrozaban budas y amenazaban a Occidente. Por entonces había que matarlos a todos, hoy se les devuelve un país a su medida. Una histeria más tamizada tras el 11-S hubiera facilitado soluciones que no devolvieran forzosamente al punto de partida, con la vergüenza de que los fundamentalistas acaben imponiendo las condiciones de su regreso triunfal al poder. Aparte de los cien muertos españoles en Afganistán.

España se ha apartado orgullosa del pragmatismo brutal de la política, que obliga a Washington a olvidar sus miles de víctimas para rendirse ante el enemigo teóricamente aplastado. El integrismo de nuevo cuño asentado en Madrid complacería al torturador John Bolton, que acaba de ser despedido como jefe del espionaje por el dialogante Donald Trump, tras negarse a pactos de cualquier entidad. En la efemérides del 11-S, conviene recordar que negarse a la negociación es siempre un fracaso, y que los resultados de la frustración en el tendido de alianzas pueden sorprender a los sondeos electorales.