Tengan buen día. Mientras escribo estas líneas, ayer, me consta que muchas personas siguen en televisión el partido de baloncesto de la Selección Española. Muy bien. A mí nunca me ha llamado la atención atender a las evoluciones de quien hace deporte, prefiriendo ser el modestísimo actor de mis propias „y muchas veces torpes„ maniobras físicas. Pero es fantástico que, si una persona está interesada en ver deporte, pueda hacerlo. No puede ser de otra manera.

Y dicen los iniciados que no es en absoluto comparable ese ejercicio de ver a tu equipo favorito en la pequeña pantalla, con el de ir al lugar donde ocurren las cosas: al estadio o al pabellón polideportivo. Yo he estado infinidad de veces, como voluntario, prestando servicios en eventos deportivos, atareado y muy ajeno al juego en sí. Pero, si les digo la verdad, se cuentan con los dedos de una mano las ocasiones en las que he asistido a partidos de fútbol o baloncesto como público. Y nunca porque me interesase sobremanera el juego o conociese de primera mano qué se ventilaba allí. Más bien por aspectos más institucionales o ligados a determinados momentos personales y profesionales.

El caso es que, en esas contadísimas citas de máxima rivalidad en que sí estuve más en qué ocurría en la cancha y en el graderío, pude intuir que sí, que el envolvente ambiente ha de suponer, para quien le guste, un plus en la calidad de la acción de ver ese deporte espectáculo. Esto que les digo supongo que es compartido y sabido de siempre por muchos de ustedes, aficionados o directamente seguidores acérrimos de un determinado equipo de cualquier disciplina deportiva. Por eso los estadios y los polideportivos se siguen llenando cada semana.

Supongo que el interés de ver fútbol en vivo y en directo, con todas esas implicaciones, así como el legítimo y heroico deseo de cambiar las cosas en su país a través del activismo, movió a Sahar Jodayari, mujer iraní de 29 años de edad, a disfrazarse de hombre e intentar colarse en un partido de fútbol masculino, a pesar de que en su país tal actividad está prohibida para ellas. Esta vez la cosa salió muy mal. Fue detenida en el intento, encerrada unos días en una terrible prisión y juzgada. Al salir de la vista, en la que se enfrentaba a una condena de varios meses de cárcel, se prendió fuego, resultando con graves quemaduras de tercer grado, y muriendo finalmente en el hospital al que fue trasladada.

Ahora ha comenzado una campaña para presionar a Irán a abrir sus estadios a las mujeres, so pena de no permitirles continuar en competiciones internacionales. Me parece bien. Creo que es importante dejar de mirar para otro lado cuando se conculcan los derechos más elementales de las personas. Y esto, en los terrenos verdaderamente movedizos de la esfera internacional, donde una estricta diplomacia y una más férrea panoplia de intereses económicos se entremezclan sibilinamente, mucho más.

Pero no nos engañemos. Digo que esto está bien, pero siendo conscientes de que se trata de una gota de agua en un mar. Bueno, pero escaso. Porque si miramos a nuestro alrededor, ¿con cuántos países comerciamos, donde los derechos y salvaguardas más básicos no están vigentes? Ciertamente, los criterios éticos y la valentía institucional no son precisamente lo más al uso a la hora de cerrar tratos internacionales, con muy importantes mediadores, pingües beneficios en forma de comisiones y mucha transigencia a la hora de juzgar al otro. Si tuviésemos en cuenta solamente la penosa situación de las mujeres, faltas de todo tipo de libertades, dejaríamos de interaccionar a nivel oficial con una buena parte de países. Y esto significaría restricciones en el comercio, pero también sanciones „como la propuesta ahora para Irán„ en términos de no poder acceder a convocatorias internacionales de toda índole, retirada de sedes diplomáticas u otro tipo de acciones.

Supongo que algo de esto estaría en la cabeza de la nueva presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, y su comisaría de european way of living. Un tema espinoso y polémico, no cabe duda, ante el que tendrá que dar explicaciones, pero que no deja de tener su espacio, más allá del complejo tema de la inmigración. Porque incluso yo, que soy de los que ven la venida de personas „y se lo he dicho diez millones de veces aquí y en otros foros„ como una oportunidad y hasta como un regalo, no creo ni en la asimilación ni en el todo vale. Aquí, en Europa, están vigentes unas muy claritas reglas del juego inamovibles, tocantes a los derechos humanos „y muy en particular a los derechos de la mujer„ que no están en revisión ni lo estarán nunca, por mucho que pueda rechinar a quien venga de fuera. Venir, sí. Aprender unos de otros y viceversa, también. Conformar culturas de mezcla, mucho más ricas y plurales, por supuesto. Pero los límites existen, y por mucho que una mayoría decida alguna vez que la mujer es menos, no, no y no. No vaya a pasar como en Ámsterdam, por ejemplo, donde los reportes sobre agresiones a chicos homosexuales „con vida absolutamente normalizada en su comunidad muchísimo antes„ comenzaron a incrementarse exponencialmente a raíz del empoderamiento de determinada comunidad foránea, culturalmente contraria a ello.

Creo que en la vida no se puede tolerar todo, mirar para otro lado o andar con paños calientes. Una mujer vale, significa y es lo mismo que un hombre, y un hombre vale, significa y es lo mismo que una mujer. Y, ante lo contrario, debemos rebelarnos y no ceder ni un milímetro.

Lo siento de veras, Sahar. Una pena. Por lo que parece, sigue vigente la figura de los „y sobre todo las„ mártires...