En una reciente conversación salió el tema de la investidura y, sin saber cómo, apareció el problema del cesarismo y sus ejemplos actuales. Dándole vueltas después, la asociación me vino al magín, recordando a Vázquez Montalbán en O César o nada (1998) y al impío don Pío en César o nada (1910) llegando a ligar ambas obras con las ansias actuales de los candidatos a las más altas magistraturas y su cesarismo. El carácter, la ambición ya los sentía Baroja, en él resuena el tema del hombre que emplea todo su vigor, sin remilgo alguno, sin miramientos morales, en alcanzar la cumbre de la sociedad que sigue presente hoy.

Baroja nos cuenta el ascenso político de César Moncada en dos escenarios, uno es Roma y los esfuerzos del joven César, sobrino de un cardenal, para formarse en la brega política y ganar algún tipo de influencia que le ayude a empezar su carrera. Todo ello desde una posición cínica que le lleva, pese a ser anticlerical convencido, a no despreciar las posibles ayudas de su tío o de cualquiera que le haga conseguir un acta de diputado. El segundo escenario transcurre en Castro Duro; César ha conseguido por fin iniciar y culminar con éxito su carrera política, entre los engranajes del caciquismo y la corrupción de la época, descritos con tono ácido y buscando la regeneración de la vida política. Sin duda la visita del protagonista a Roma, extasiado por la historia de los Borgia, le retrotrae a Julio César con un paralelismo pasmoso. Un joven Baroja anarquizante acostumbrado a retratar la baja sociedad, que ahora nos describe negocios, tramas económicas, con solvencia, sin perder la llaneza de su pluma todoterreno; que enhebra diferentes visiones de la sociedad de su tiempo, la rancia nobleza, el atraso de la industria, la pobreza del pueblo, los males presentes a principios del siglo XX.

Sin salirnos de la trama, hay que ir a Vázquez Montalbán que, en O César o nada, nos deja una novela en la que explica la historia humana que hay detrás de la ascensión de los sobrinos del papa Calixto III, el valenciano Alfonso Borja, que conforma un círculo familiar con el papa Alejandro VI y los hijos de éste, César y Lucrecia, y se cierra con Francisco de Borja, uno de los inspiradores de la Contrarreforma. Se les presenta, saltando en el tiempo como seguidores de Lucky Luciano: en cualquier negocio lo más importante es no ser el muerto. Son introductores de la modernidad en los crímenes, porque cualquier Estado se funda en un asesinato herméticamente cerrado en una caja, que será razón de Estado, según Maquiavelo.

Creo que a cuento de este tema fue el valenciano Joan Fuster quien dijo: En aquel tiempo todos eran asesinos, pero los nuestros eran mejores.

Ya me contarán cómo queda lo de la investidura, o no.