El obligado culto a la actualidad que es el dios „o la diosa„ del periodismo nos exige escribir algo sobre la holgada victoria de la selección española de baloncesto en la final del campeonato del mundo que se celebró en China; ese país que nos ha venido a enseñar que no hay mejor forma de gestionar el capitalismo que estar regido políticamente por un Partido Comunista. En la final contra Argentina se habló español y esa fue otra de las novedades reseñables en un deporte donde mayoritariamente se empleaba hasta ahora el inglés con acento norteamericano. Pero al margen de todo eso, el triunfo del seleccionado que dirige con singular acierto el italiano Scariolo sirvió para confirmar el extraordinario potencial de la juventud española en casi todas las disciplinas deportivas. Un potencial que, si lo aplicásemos también a la ciencia y a la industria, nos situaría en el selecto grupo de las naciones más avanzadas. Desgraciadamente, no es así porque tenemos una clase política manifiestamente mejorable (incluidas por supuesto la de las etapas dictatoriales) y más proclive a enredarse en sus juegos de poder que en el fomento de la investigación. Y las cosas no parecen haber cambiado tanto (o no como deberían, dado nuestro nivel de renta) desde que el Nobel Severo Ochoa escribió en el prólogo del libro de don Santiago Ramón y Cajal Reglas y Consejos sobre Investigación Científica que lleva por subtítulo Los Tónicos de la Voluntad. "No es fácil explicar „dice el sabio luarqués„ por qué España ha ido siempre muy por detrás de las otras naciones en el cultivo de la ciencia y mucho menos fácil es explicar cómo en ese terreno árido ha surgido la figura de un Cajal". La respuesta a esa pregunta pretendía darla el autor del libro. "Lo hemos proclamado mil veces y lo repetiremos otras mil, España no saldrá de su abatimiento mental mientras no reemplace las viejas cabezas orientadas hacia el pasado por otras nuevas orientadas al porvenir". En deporte, parece que hemos seguido el consejo del sabio aragonés pero en materia de ciencia el resultado es mucho más pobre y no son pocos los jóvenes investigadores que han debido de abandonar el país para trabajar en ámbitos más propicios. Por lo que respecta al baloncesto, el avance ha sido espectacular. Los que tenemos la edad necesaria para haber sido testigos de ello, aún recordamos cómo se jugaba al aire libre aprovechando espacios públicos donde era posible que la pelota botase sobre un suelo bastantes veces irregular. Las cestas, siempre provisionales, se afianzaban con piedras grandes, sacos rellenos, y con cualquier cosa que pudiera sostenerlas. Y el público se colocaba en los laterales del campo de juego marcados con pintura. De pie y rebasando las líneas cada poco. Algún colegio religioso habilitaba el patio cementado para favorecer los torneos. Y alguna empresa importante como la Bazán disponía de pabellón. Todo era antediluviano, tanto en medios como en técnica. Hasta el punto de que el tiro en suspensión era una variante desconocida y tuvieron que venir estudiantes puertorriqueños para enseñar a practicarlo. El baloncesto femenino prácticamente no existía. Conviene contar estas cosas para situarnos. De ahí al Mundial de China hay un avance extraordinario.