En la ciudad donde resido vive también don Amancio Ortega, el hombre más rico de España y una de las mayores fortunas del mundo. En los orígenes de su exitosa trayectoria financiera, hay una modesta empresa textil que fue creciendo de forma vertiginosa hasta convertirse en la potente multinacional que es ahora con terminales, comercios, y empleados prácticamente en los cinco continentes. Pese a todo, el señor Ortega sigue siendo vecino de la ciudad donde inició esa aventura, y es fácil verlo en los talleres de su empresa, o paseando al perro en las inmediaciones de su casa frente al puerto. Por cierto, su domicilio está situado cerca del edificio de la Real Academia Gallega, una benemérita institución, siempre escasa de medios, que quizás precisase de alguna ayuda. Los novelistas, los poetas, y los literatos en general, suelen estar a la cuarta pregunta. No obstante, entre la ciudadanía se detecta una cierta preocupación por el destino de la empresa que fundó Ortega. En los últimos años han desaparecido muchas fábricas, empresas hidroeléctricas, constructoras, entidades financieras y un largo etcétera de medianos y pequeños comercios con la consiguiente merma de los puestos de trabajo. "Si Inditex se acaba marchando de aquí „se oye decir„ sería el final y habría que bajar definitivamente la persiana". Bien, todo eso, de momento, son especulaciones que, por otra parte, son las propias de cualquier empresa familiar cuando afronta el traspaso de su patrimonio a la siguiente generación. Y no cabe duda de que Inditex, desde su creación hasta el momento actual, ha respondido siempre al esquema de una empresa familiar, si bien desde hace un tiempo ha incorporado gestores profesionales a su dirección, con Pablo Isla a la cabeza. Un momento especialmente delicado porque nadie nos garantiza que los sucesores tengan el mismo talento que el fundador. Todas las empresas familiares han de pasar, más pronto o más tarde, por ese trance (en España hay 1,1 millones, el 89% del total), aunque según una encuesta del Instituto de Empresa Familiar (IEF) la mitad de ellas no tienen un plan definido para resolver el problema. De los propósitos de Ortega, por supuesto, no se sabe nada excepto que „según un reportaje aparecido en las páginas salmón de un importante periódico nacional„ están celosamente guardados en una notaría de la ciudad. Suele decirse que no hay empresa familiar que resista el paso del tiempo hasta la tercera generación, y que el talento para su pervivencia suele residir en generar los suficientes beneficios como para asegurar el reparto de unos suculentos dividendos a los accionistas. Eso, y tener el acierto de delegar la gestión en el heredero más espabilado y con más iniciativa empresarial. A esa circunstancia afortunada, Ignacio Rivera, consejero delegado de la cervecera Estrella de Galicia y miembro de la cuarta generación familiar, le llama Santo Dividendo. "Es un santo que nos ayuda mucho a las empresas familiares", dijo en una entrevista. Habrá que hacerle caso porque consiguió el milagro de hacer consumidores fraternales de su bebida a los seguidores de unos equipos de fútbol catalogados como "eternos rivales". Hace años eso era impensable.