No busquen a Mayou en Google. No aparece. Mayou es mantero de profesión. Pero no mantero de los que extienden la manta en el suelo. Es mantero itinerante. Circula de terraza en terraza cargando con una enorme bolsa de basura llena de bolsos de alta gama de imitación, playeras de marca y camisetas "oficiales" del Madrid.

Mayou llegó hace cinco años de Senegal „nunca me ha contado cómo„ y se ha instalado aquí, en el barrio de Chamartín, muy clase media, a tiro de piedra del Bernabéu. Pasa todos los días a la misma hora, como un reloj, por los locales de la zona. De tanto pasar, y gracias a su carácter sociable y simpatía innata „no deja de sonreír„ se ha ganado a la mayoría de los parroquianos. Viste bien, a veces a la europea y a veces con un grand boubou „una túnica multicolor„ típico de su país, según me dijo.

De un día para otro, a mediados de agosto, Mayou desapareció. Otro mantero ocupó su lugar, con el mismo aspecto, el mismo género y las mismas rutinas. Me inquieté. Mayou podía haber sido detenido, deportado o asignado por su jefe a otra zona.

La pasada semana salí de dudas. Tomaba el aperitivo en una de las terrazas habituales mientras un grupo de trabajadores de la construcción, procedentes de países del Este, comía animadamente el menú del día. De repente, apareció Mayou, más sonriente que nunca. Fue una sorpresa agradable. Nos dimos la mano y nos saludamos más efusivamente que de costumbre. "Bienvenido, Mayou", exclamé. No pude evitar acordarme del tan discutido Welcome refugees. Me contó lo que había disfrutado de las vacaciones en su pueblo y me aclaró que el sustituto veraniego era un compatriota de confianza. Le confirmé que había cumplido con su trabajo fielmente y nos despedimos efusivamente hasta el día siguiente.

Cuando retomé el aperitivo, me sorprendió oír cómo los vecinos de mesa, los obreros de algún país del Este „blancos, rapados, fornidos„ habían cambiado sus caras risueñas por gestos adustos y severos, casi de asco. Hablaban sobre "el negro" y me lanzaban recelosas miradas de reojo.

No se puede decir que Mayou con su venta ambulante y sus vacaciones y sus sustitutos no lleve un estilo de vida europeo. Ni que los albañiles recelosos de los negros no lleven un estilo de vida europeo. Quizá el menos europeo „y más español„ sea mi estilo de vida, que religiosamente leo cada día el periódico mientras tomo el aperitivo y departo con la concurrencia.

El retorno a Madrid de Mayou coincidió con una noticia, felizmente abortada. Miembros de la Comisión Europea intentaron que una de las carteras, la de Inmigración, fuera bautizada con un horrendo gerundio, auténtico call to action, y una desafortunada expresión: "Protegiendo el estilo de vida europeo". El debate no se ha hizo esperar. ¿Existe un estilo de vida Europeo? ¿En qué consiste? ¿Necesita protección? ¿De quién? ¿El estilo de vida en Canadá o Australia es europeo? ¿Es el mismo estilo de vida el de España que el de Rumanía? Muchas preguntas difíciles de responder. Una cosa es defender la cultura europea, occidental, los griegos, el derecho romano, la ilustración, y otra, muy diferente, poner puertas al campo.

Los únicos inmigrantes que conocí en mi infancia fueron unos portugueses, y a Juan, apodado "el andaluz". Es más, sin salir de casa, conocí a muchos más emigrantes que acabaron en Bruselas, Lyon o La Habana. Entonces aún no éramos oficialmente europeos y la única noción que teníamos del racismo era a través de Raíces y el pobre Kunta Kinte. Mira que eran malos los americanos con lo buenos que parecían en las películas del Oeste.

Si algo me queda claro es que no necesito protegerme del bueno de Mayou, como no necesité protegerme de Juan, "el andaluz", ni de los portugueses, hoy felizmente europeos.