Los políticos tienden a parecerse a la gente que les vota, dado que no vienen de Marte sino de las urnas terráqueas. Muchos de sus electores acaso tengan un ego comparable al de Sánchez, una ambición como la de Iglesias, una intransigencia similar a la de Rivera y un punto legionario como el que le sale por la pechera a Abascal. Y así no hay manera de formar gobierno, a decir verdad.

Imaginemos una conversación informal entre españoles a la hora de las cañas. Poner de acuerdo a dos es, por lo general, tarea ardua; pero a partir de tres el empeño es ya imposible, y si los que discuten son cuatro o cinco, crece el riesgo de que el debate acabe en tumulto e incluso en amago tabernario de guerra civil.

Raro sería que sus representantes electos se comportasen de manera distinta. Españoles ante todo, el socialdemócrata Sánchez y el izquierdista Iglesias llevan meses intercambiando reproches en lugar de ideas de gobierno. El ciudadano Rivera pone condiciones que Sánchez asume, pero no acepta; y el conservador Casado dice que no cuenten con él (cosa que nadie había hecho, por cierto).

En descargo de los líderes que van a llevar al país a sus cuartas elecciones en tres años y pico podría decirse que se limitan a gestionar „mal„ el embrollo que trajo consigo el fin del bipartidismo. Hartos de que el poder se lo repartiesen por turnos un partido de la izquierda y otro de la derecha, los electores decidieron solucionar esa imperfección „tan habitual en Alemania y Estados Unidos„ sin más que repartir sus votos entre dos partidos progresistas y tres conservadores.

El resultado es un régimen parlamentario a cinco bandas que, en realidad, consiste en multiplicar „mediante la división„ el anterior sistema bipartito. Nace de este modo una hidra de cinco cabezas a las que resulta del todo imposible poner de acuerdo entre sí, como ocurrió no hace mucho con el candidato Mariano Rajoy y ahora con el socialdemócrata Pedro Sánchez, que lo destronó mediante una moción de censura.

En casos así, los italianos suelen formar gobiernos de hasta cinco partidos y ni siquiera tienen reparos en pactar un día con la izquierda y al otro con la derecha; pero esa flexibilidad es impensable en España. Menos imaginable aún es el pragmatismo de los alemanes, que llevan años bajo el gobierno de una alianza de conservadores y socialdemócratas con la aparente complacencia de sus votantes.

Aquí fueron los propios militantes del PSOE quienes le hicieron saber a Sánchez en la última noche electoral que una coyunda así sería del todo contra natura. Por más que los dos principales partidos arrojen mayores coincidencias entre ellos que con los situados a sus extremos, la idea ni siquiera puede considerarse en un país donde mucha gente dice ser de izquierdas o de derechas "de toda la vida". Como si la política fuese una cuestión de tipo existencial y no el arte de hacer posible lo necesario.

No parece que las próximas elecciones vayan a cambiar gran cosa la situación, aunque Sánchez esté convencido de lo contrario. Pocos parecen sentir nostalgia del antiguo „si bien reciente„ sistema de baile a dos, cuando socialdemócratas y conservadores se repartían el poder y la pasta por riguroso turno. Y aunque dos sean compañía y tres, multitud, es de suponer que los electores sigan alumbrando un Congreso de cinco. Ya se encargarán los elegidos de enredar aún más el lío.