No hay tiempo para la sabiduría, de ahí la abolición progresiva de las Humanidades.

-¡Corre, corre, que llegamos tarde a ningún sitio!

Tal es la frase que a uno le parece escuchar en todas partes. En la educación de cero a tres años, con suerte, se estimula brevemente la creatividad. Quizá los hombres y las mujeres de mañana recuerden, como si hubiera sido un sueño, aquellos días remotos en los que moldeaban figuritas de plastilina como los niños de todas las épocas jugaban con el barro.

Acaban de decir por la tele que hay que estudiar matemáticas o materias afines que ayuden a la computación. Ahí, aseguran, es donde está habiendo mayor demanda de trabajadores (a los que prejubilarán „añadimos nosotros„ a los cincuenta años). Toda la vida corriendo para encontrar trabajo y a los dos días de encontrarlo lo desencontramos.

-Dedícate a leer ahora que tienes tiempo.

-No me enseñaron.

En efecto, esta es otra de las asignaturas que no figuran en el currículo escolar: la de la lectura. La de la lectura comprensiva, queremos decir. Nadie sale hoy al mundo sabiendo interpretar las grandes obras de la literatura de todos los tiempos. Quien dice las grandes obras de la literatura dice las grandes obras de la pintura o de la música. Ni siquiera las grandes obras del cine, pese a vivir, como vivimos, rodeados de plataformas televisivas que te lo ofrecen a todas horas. Hitchcock, sin ir más lejos, ya no es digerible por las víctimas de los actuales planes de estudio. No se le sabe leer como no se sabe leer a Dostoievski o a Tolstoi. No digamos a Dante o a Petrarca.

-¡Corre, corre, que llegamos tarde a ningún sitio!

Tal parece el lugar al que nos dirigimos: Ninguno. Y quienes son empujados hacia él por una riada de ignorancia se llaman Nadie. A base de llamarse Nadie, por cierto, logró engañar Odiseo al Cíclope, pero quién se acuerda de eso, quién lo recordará dentro de quince o veinte años, cuando los últimos vestigios de las Humanidades se hayan extinguido por completo. Deberíamos haber dejado un hueco para la sabiduría en esta carrera insensata hacia la computación. Cinco por cinco, veinticinco.