La corriente anticlerical en España, pese a haber nacido antes, fue constante en Galdós, Unamuno, Machado, Ortega o Azaña; todos consideran oportuno rebatir la influencia de la Iglesia y secularizar la sociedad española, contra la imagen de un país cuya historia ha sido forjada por la religión y que no podría ser ésta quien pudiera establecer la modernización. ¿Qué pueden tener en común la religión y su más allá y la política que rige el destino de los hombres en la tierra? Con certeza, nada; pero siempre hemos caído en contradicciones entre lo íntimo y lo público como ya débilmente defendía Canalejas: «Maldecir al clericalismo y bendecir a la Iglesia».

Este introito viene provocado por el hecho de que le quiten los simbólicos grilletes al señor Urdangarin, algo que no me anima a tocar las castañuelas; pero, si todo está hecho legalmente por el juez competente, aunque el fiscal y la junta de tratamiento de la cárcel no opinen lo mismo, me callo y punto.

Pero puestos a buscar puestos de redención y socialización para que el condenado no se sienta tan solo se me ocurren algunos, Soto del Real o los cartujos; pero con una condición, que su posible labor no ocupe un puesto de trabajo, esto no sería de recibo. Que después de estafar y de vivir de sopaboba, solo por jugar al balón y casarse como un campeón, le quitase el pan a un ciudadano cualquiera no me parece ni un poquito solidario.

Parece ser que el supradicho reza mucho, le visita un clérigo de su religión semanalmente y no tiene mucha oportunidad de pecar según sus creencias arraigadas en el nacionalismo vasco familiar y en sus lazos de afinidad parental con algunos borbones. No me alegro de que pueda disfrutar de tales privilegios de los que otros condenados están privados. Me guía en esta reflexión la máxima de Concepción Arenal para compadecer al delincuente, aunque en este caso me tomo las cosas con cautela, supongo que al delincuente habrá que compadecerle cuando dé muestras que animen a ello ante la sociedad contra la que ha delinquido; si simplemente son golpes de pecho que intentan mostrar arrepentimiento sin reparación de daños, la verdad es que no me sirven cuando solo ha cumplido 15 de los 70 meses de su condena por prevaricación, malversación, tráfico de influencias, fraude y dos delitos fiscales. Algún dios nos lo pagará, ya que el interfecto no lo hará. Ahora ayudará a cristianizar a personas con discapacidad intelectual, en Pozuelo de Alarcón, no en la Cañada Real, gracias a la intercesión de su señora suegra porque a fin de cuentas el "Gran pagano,/se hizo hermano/de una santa cofradía;/el Jueves Santo salía,/llevando un cirio en la mano „¡aquel trueno!„,/vestido de nazareno." Que conste que los gastos de desplazamiento y custodia desde Brieva (Ávila) a Pozuelo (Madrid) los pagan ustedes.

A fin de cuentas, un vividor con salvavidas.