Las derechas que Manuel Fraga unió en un solo partido se han dividido en tres, con lo que estaban ganando a las izquierdas por un ajustado marcador de 3 a 2. El equilibrio lo ha restablecido el joven Íñigo Errejón al crear una tercera fuerza progresista que, bajo el nombre de Más País, acaba de marcar el gol del empate. Habrá quien no vote en las próximas elecciones, pero no será por falta de oferta en las estanterías del supermercado del voto.

Al igual que las células, los partidos tienden a dividirse por un extraño proceso de mitosis que las lleva a la escisión. Los descontentos del PP „y, en menor medida, del PSOE„ habían alumbrado ya el nacimiento de Ciudadanos, que viene a ser un partido liberal, aunque a veces no lo parezca.

De los populares, que hace apenas siete años ganaron por mayoría absoluta, procede también la derecha más bien extremada de Vox, versión un poco anacrónica de cierto nacionalismo español olvidado desde los tiempos del Caudillo.

Por la banda izquierda, Podemos había recogido a los desafectos del PSOE y, en general, a quienes desconfiaban de los políticos tradicionales. Los de Pablo Iglesias sufren ahora el mismo proceso de división celular que ha dado origen al partido de Errejón, purgado no hace mucho por su antiguo compañero. El proceso de mitosis continúa, en este caso, con la partición de las fuerzas regionales, que en algunos casos se alían con Iglesias; y en otros, con Errejón.

Todo esto evoca el guion de La vida de Brian, película ambientada en la Judea de los tiempos de Cristo que se estrenó hace justamente ahora cuarenta años. También en el filme escrito y protagonizado por los gamberros Monty Python, los judíos en lucha contra el Imperio Romano se dividían en un cuantioso número de bandos que, a fuerza de parecerse, eran enemigos irreconciliables entre sí.

No es difícil encontrar paralelismos entre la política española actual y la del Frente Popular de Judea que competía con el Frente Judaico Popular; aunque a ambos los uniese la común animadversión a la Unión del Pueblo Judaico. Todos ellos se odiaban más que al mismísimo ocupante romano. No es de extrañar que se estorbasen al programar estrategias contra Pilatos, el gobernador de Roma en Judea.

Lejos de ser un fenómeno nuevo, esta disgregación general de los partidos nos retrotrae a los tiempos de la Transición, tan detestados por los enemigos del bipartidismo. Existían entonces hasta tres partidos socialistas que finalmente afluyeron en el PSOE de Felipe González, del mismo modo que la miríada de grupos y grupúsculos situados más a babor acabaron por resumirse en Izquierda Unida.

Ocurría otro tanto en el bando de la derecha, donde Alianza Popular aglutinaba hasta a seis o siete partidos en competencia con la UCD de Suárez; hasta que casi todos ellos se reunieron en la casa común del PP.

De aquel proceso de concentración se ha pasado ahora a un movimiento centrífugo que vuelve a dar al Congreso aún más color y variedad que el de hace cuarenta años. Lo curioso del caso es que toda esta dispersión tienta a los partidos a unirse otra vez con fórmulas como la de España Suma por la derecha o el gobierno del PSOE y Podemos por la izquierda. Tantas vueltas para regresar, otra vez, a los remotos tiempos de la CEDA y el Frente Popular. España se repite.