El efecto que producen los permisos paternales, cuando la madre los necesita, para la familia es grande. Ahora el padre puede apoyar a la madre en la temporada siguiente al parto, más delicada para ella, justo cuando tiene especial necesidad: por ejemplo, porque está cansada o debe acudir al médico. De esta forma puede evitarle o aliviarle la soledad y la ansiedad que están relacionadas con la depresión posparto.

En concreto, entre las madres que han dado a luz tras la reforma, han bajado un 14% las consultas médicas por complicaciones; un 11%, la prescripción de antibióticos, y un 26%, la de ansiolíticos. Esos son los promedios; el descenso es mayor durante los primeros tres meses o si la madre tiene afecciones anteriores al parto.

Las autoras concluyen que la reforma exhibe un rendimiento muy alto: a cambio de un ligero aumento de ausencias del trabajo no programadas entre los padres, la salud de las madres ha mejorado claramente.

De ahí Persson y Rossin-Slater extraen una conclusión. El efecto del sistema actual se debe no tanto al aumento del permiso disponible para los padres en el primer año, cuanto a la flexibilidad para hacer uso de él. Las políticas como la anterior sueca o las vigentes en muchos países, con periodos relativamente largos de permiso exclusivo para el padre, pretenden reforzar la vinculación de este con el niño y la corresponsabilidad en el trabajo del hogar. Pero, al no facilitarle estar en casa en los momentos en que la madre reciente es más vulnerable, pueden contribuir indirectamente a que ella esté peor de salud o se recupere con más dificultad.