Han sido necesarias unas elecciones generales para concluir que Pedro Sánchez no desea estresarse en el cargo, los sobresaltos son para la plebe. Nadie había planteado hasta ahora la política como un ansiolítico, pero el presidente del Gobierno quiere conciliar un sueño ininterrumpido y sin pesadillas. Se inscribe en la tradición del ministro brasileño de Economía durante la feroz crisis de los noventa, el cual insistía en que "duermo como un niño, me despierto llorando cada dos horas".

Una vez centrado el objetivo en mejorar el estado de ánimo de Sánchez, la primera regla es garantizar que pueda dormir a pierna suelta, en desterrar la insidiosa amenaza del insomnio que indujo a la depravación a presidentes por otra parte valiosos como Bill Clinton. El hipnótico Íñigo Errejón será elevado al rango de somnífero presidencial, al frente de la veintena de diputados que puede arañar como máximo.

Las virtudes sedantes de Errejón fundamentan su cartel electoral. Por comparación con el frenesí de Albert Rivera, la imagen desteñida de un Pablo Casado reducido a la condición de hombre que sonríe a Cayetana Álvarez de Toledo y la pose ceñuda por leninista de Pablo Iglesias, la única novedad del 10-N será un pacificador de ideología gaseosa. Sus enemigos le tildan de peronista, pero hasta los sectores más reacios a Podemos consideran que el candidato tintinesco aporta la ambigüedad suficiente para encomendarle un ministerio sin corbata pero con lucimiento.

El presidente del Gobierno se ha recetado para conciliar el sueño a un jefe de filas que aporta la novedad incontaminada por las elecciones de abril. Ahora bien, la génesis de la peripecia de Errejón es una traición, por lo que no tiene garantizado el papel de Abel frente a su hermano Caín Iglesias. El nuevo inquilino de la izquierda obliga además a recordar que en todos los trasvases se pierde líquido, una circunstancia postergada por los socialistas que abrazan a Más País sin votarlo. Por no hablar del lastre que la marca original, Más Madrid, conllevará en provincias no tan madrileñistas. Y en el caso de que el nuevo ingenio funcione a la perfección, el socialismo ha de demostrar que Errejón daña antes a Podemos que al propio PSOE.

Una ventaja adicional de Errejón es que ha cumplido la mili obligatoria del escándalo académico que protagonizan los líderes españoles, cubierto en su caso en la universidad de Málaga. Ejerce un poder hipnótico sobre personalidades que le admiran aunque no piensen votarle, y que constituyen la parte más exigente del electorado si se concede alguna trascendencia a comicios que se suceden a velocidad de vértigo. Su perfil deliberativo corre el riesgo de limitarle a al rango de un nuevo Eduardo Madina, más dispuesto a reflexionar que a gobernar.

A raíz de los tímidos sondeos con Errejón dentro, el PSOE empieza a asimilar que los elogios de Sánchez al neonato en la entrevista con Ferreras amenazan con ser contraproducentes. Sin embargo, resulta más llamativo que el presidente en funciones conserve la primera plaza con tanta facilidad, como si su osadía de desafiar al electorado no fuera a pasarle más factura que una repetición de sus 123 diputados en unos nuevos comicios. En los esbozos parciales que se van dibujando, los socialistas no aumentarán apreciablemente su ventaja en noviembre, pero pueden convocar a las urnas indefinidamente en la seguridad de que mantendrán sus resultados.

Sánchez se parece a un artista que canta cada noche el mismo repertorio, y en el mismo orden. No introduce ni la mínima variación orquestal, pero quién va a reprochárselo si actúa a teatro lleno. El tranquilizante Errejón no alterará esta pauta, otra razón para incorporarlo al espectáculo. La responsabilidad debe recaer en los adversarios radicales del PSOE.

En la Derechísima Trinidad, el trepidante Rivera será expulsado un día del circuito por exceso de velocidad, salvo que se adelante de nuevo a expulsarse a sí mismo de Ciudadanos. El partido purificador se ha especializado en las purgas internas, con una planificación que envidiaría el caótico Podemos. A la derecha de la derecha, Pablo Casado se ha reducido al hombre que mira ensimismado a Cayetana, la duquesa sin alma. Las perspectivas de un ascenso del PP suelen omitir que dejarían en manos de su actual presidente los dos peores resultados históricos de los populares.

Unos meses atrás, Vox habría suministrado material suficiente para un artículo entero. Su desinflamiento lo arrincona en los análisis electorales. Es superfluo insistir en que Santiago Abascal es el nombre pero no el hombre adecuado. Ni la mujer, que sería Cayetana. El candidato ideal de la extrema derecha moderada debe enlazar con los placeres culpables de la audiencia, como en "a esta persona la votaría si no fuera ultraconservadora", o "es un reaccionario, pero tiene algo de razón". En efecto, Bertín Osborne.