Aun aceptando su oportunidad, el fenómeno Greta Thunberg sorprende. No es la voz de una nueva causa, aunque sí su grito más agudo y amplificado. El ecologismo está en los parlamentos desde los años 80. Los padres de Greta son una cantante de ópera y un actor y pertenecen al tipo de progenitores que aprenden de sus hijos, contra la tradición de sean los hijos quienes aprenden de los padres. Por ella se hicieron veganos y dejaron de usar aviones. A los niños dioses y niños reyes hemos de sumar los niños sabios como han hecho el Foro Económico Mundial, el Comité Económico y Social Europeo y la última Cumbre sobre la Acción Climática ONU, entre otros organismos.

En la manifa del último viernes ya no solo iban un líder local de Podemos y la profe enrollada pastoreando a los chavales; se habían sumado los abuelos con su pancarta sobre las pensiones.

Este fenómeno colectivo nace de la fuerte individualidad de Greta. Todo sintoniza con lo último: 1) es niña en la era de Lisa Simpson. 2) tiene síndrome de Asperger, trastorno obsesivo compulsivo y un mutismo selectivo al que llama su superpoder, incorporándose a las inversiones contemporáneas por las que los enfermos son superhéroes y las víctimas, héroes. 3) Habla un rotundo discurso emocional, "triste y enfadada" porque "habéis robado mis sueños y mi infancia con vuestras palabras vacías". 4) Consigue su popularidad extrema negando que quiera ninguna popularidad, lo que la presenta como invulnerable a las opiniones ajenas, imprescindible en redes sociales. Veremos.

Quizá el mundo en el que los hijos enseñan a los padres logre lo que no consiguió el ecologismo que hablaba a la responsabilidad de los iguales. Hace tiempo que sabemos que no basta con tener razón.