La natural mala conciencia del Estado alemán por el genocidio contra el pueblo judío le lleva muchas veces a tratar con guantes de seda las reiteradas violaciones de los derechos humanos por parte del actual Israel. De modo inverso, la continua apelación al drama del Holocausto le sirve a Israel de parapeto frente a las críticas internacionales por el trato inhumano que dispensa a un pueblo que nada tuvo que ver con aquellos crímenes y al que toca, sin embargo, sufrir sus consecuencias.

Bajo el título de ¿Qué tiene este aguacate que ver con el antisemitismo?, el semanario liberal Die Zeit se refería en su último número a los intentos por parte de las autoridades alemanas de criminalizar un movimiento de protesta contra la ocupación israelí de los territorios palestinos. Ese movimiento internacional, conocido por las siglas BDS (Boicot, Desinversiones y Sanciones), llama a castigar económicamente al Estado judío, al que compara con la Suráfrica del apartheid, que, para vergüenza universal, mantuvo durante décadas en prisión al Nobel de la Paz Nelson Mandela. Fundado en 2005 por intelectuales palestinos, el BDS cuenta con el apoyo de personajes tan conocidos internacionalmente como el obispo surafricano defensor de los derechos humanos y también Nobel de la Paz Desmond Tutu, el cineasta suizo Jean-Luc Godard o el músico y activista británico Roger Waters.

Ese movimiento pro boicot al Estado judío busca presionar a Israel para que cumpla con el derecho internacional y llama a boicotear a las empresas o instituciones culturales de cualquier país que de modo directo o indirecto participen en lo que considera una violación sistemática y flagrante de los derechos humanos del pueblo palestino. Los críticos de ese movimiento, como el responsable del Interior del land de Berlín, el socialdemócrata Andreas Geisel, le acusan de poner en cuestión no ya unas determinadas políticas israelíes sino el derecho mismo a la existencia del Estado judío y pretende incluso que la oficina alemana de protección del orden constitucional tome cartas en el asunto. Es la interesada equiparación que algunos hacen entre las legítimas críticas a las violaciones de los derechos humanos y al incumplimiento de las resoluciones de la ONU por parte de un Israel que parece tener patente de corso y algo tan distinto y por supuesto siempre condenable como el antisemitismo.

El movimiento BDS parece escandalizar a muchos en Alemania, y así su Parlamento adoptó recientemente una resolución de condena que significa en la práctica que las instituciones culturales de ese país que lo apoyen perderán todo tipo de subvenciones y no podrán organizar sus actos en edificios públicos, algo que algunos equiparan a un nuevo macartismo. Una de las primeras consecuencias ha sido la retirada del premio que con el nombre de la escritora y premio Nobel de origen judío Nelly Sachs concede la ciudad alemana de Dortmund a aquellos autores que se distingan por su defensa de "la tolerancia, el respeto y la reconciliación". El galardón había sido concedido este año a la novelista paquistaní-británica, residente en Londres, Kamila Shamsie, pero después de que se descubriese que apoyaba a ese movimiento y se niega a que la publiquen en Israel, se dio marcha atrás y se dejó este año vacante.

La decisión del jurado fue condenada, sin embargo, en carta abierta por trescientos intelectuales de distintos países, entre los que figuran el lingüista y activista estadounidense Noam Chomsky, la periodista y ensayista canadiense Naomi Klein y el cineasta y escritor alemán Alexander Kluge.