Los cementerios deberían quedar siempre a la vuelta de la esquina para que no diera pereza acercarse al domicilio último de los seres queridos. En muchos pueblos es así, de modo que no cuesta nada, al caer la tarde, llegar hasta sus puertas, atravesarlas y vagabundear entre los nichos, los panteones y los mausoleos. La lógica capitalista también se manifiesta aquí, pero se trata de una lógica capitalista muerta. En las grandes ciudades, sin embargo, los cementerios quedan fuera de los circuitos culturales y sentimentales. Hay que acudir a ellos ex profeso, que diría mi madre.

-¿Qué significa ex profeso? „le pregunté un día.

-Deliberadamente „dijo ella.

Me sorprendió la rapidez en la respuesta. Se notaba que la había meditado con deliberación.

En Madrid no se puede acabar en el cementerio por casualidad. Tiene que haber una voluntad previa, a menos que hayas llegado allí en condición de cadáver. En Buenos Aires hay uno famoso, el de la Recoleta, que se encuentra en el centro de la ciudad, rodeado de restaurantes de carne. Es frecuente dar una vuelta por sus calles para bajar la comida. Se trata, creo yo, de la ciudad de los difuntos que más se parece a la de los vivos.

-¿Por qué me cuenta todo esto? „dice mi psicoanalista.

-Porque esta mañana me he acordado de esa curiosa locución adverbial latina que utilizaba mi madre: ex profeso.

-¿Y a propósito de qué le ha venido a la memoria?

-He de ir mañana al entierro de un amigo y no tengo ni idea de cómo se llega al cementerio. Solo sé que queda lejos de casa.

-¿Preferiría que le llevaran? „dice ella.

-Depende de cómo „digo yo.

Fui a Valencia en su día, ex profeso, para lanzar al mar las cenizas de mi madre, tal como ella había solicitado. Luego, muchas veces, he pensado que estarían mejor en un cementerio que pudiéramos visitar, siempre y cuando quedara a la vuelta de la esquina, como la tienda de los chinos. Cada barrio debería tener el suyo.