La revolución tecnológica llegó a las aulas universitarias en el siglo pasado, en los años aquellos en que yo ejercía de decano de la facultad de Filosofía y Letras pese a mi condición de profesor no numerario, penenes se llamaban entonces. Por qué el ministerio nombró decano a alguien que no era ni catedrático ni adjunto ni nada que oliese a funcionario es una historia distinta que no merece la pena contar ahora. Pero el caso es que me vi al frente de una facultad en tiempos en los que el decano disponía de una multitud de competencias que ahora, por desgracia para las universidades, se han perdido. Y una de las primeras cosas que intenté poner en marcha fue la del alivio administrativo que, por lo que se refiere al archivo y custodia de documentos, seguía métodos heredados de la época del trivium y el quadrivium.

A juzgar por los resultados que se consiguen gracias a los planes de estudio actuales, no queda nada claro que mejoren las asignaturas de gramática, dialéctica y retórica ( trivium) y aritmética, geometría, astronomía y música ( quadrivium). Por poner un ejemplo, no veo en qué medida el estudio de las claves morales judaicas puedan preparar de manera más adecuada a los ciudadanos que cualquiera de las artes que se enseñaban en la Edad Media. Pero a lo que íbamos: surgió allá por los años finales del siglo XX la posibilidad de almacenar los expedientes de todo tipo en forma magnética y la modernidad llegaba de la mano de unas cintas de una especie de material plástico, digo yo, que eran las que almacenaban la información.

Aquel episodio me ha venido a la memoria al leer la advertencia, entre nostálgica y alarmista, de que todos los recuerdos que se almacenaron en las vetustas (hoy) cintas de VHS se están borrando por el deterioro del sistema magnético a causa de la humedad y del propio paso del tiempo. La autora del reportaje, Montse Hidalgo, compara esa pérdida con lo que sucede con las fotografías antiguas que amarillean, sí, pero conservan al menos la imagen. Con las cintas de VHS, e imagino que con las de cualquiera otra de las alternativas comerciales de entonces, se pierde todo sin otro remedio que el de trasladar los documentos y las películas al formato digital.

Pero ni siquiera eso lleva la impronta de lo permanente porque está el detalle del aparato que sirve para rescatar la sucesión de ceros y unos transformándola en imagen. Aquellas cintas magnéticas de la facultad no sé si se habrán deteriorado pero da lo mismo porque no existen ya los lectores que se usaban para acceder a ellas. Y por lo que hace a las computadoras, en la mía no puedo leer documentos antiguos porque, no sé por qué razón, las nuevas aplicaciones de Microsoft Word los abren como un galimatías de líneas de signos extraños.

Vaya decepción. Al final resultará que fueron los egipcios clásicos, con sus momias y sus pirámides, los que se acercaron más a la utopía de la eternidad.