Lo escuché en un popular programa satírico de una cadena de televisión privada y en un principio pensé que se trataba de un montaje, de una de sus habituales bromas, hasta que comprobé que había ocurrido de verdad.

Me refiero a la respuesta que el nuevo alcalde de Madrid, José Luis Rodríguez-Almeida, dio a una niña que, desde su pupitre y con cara de lista, acababa de hacerle una pregunta tan atinada como de enorme actualidad.

Si pudiera donar dinero a un lugar, le preguntó la pequeña al político del PP, ¿cuál elegiría: la catedral parisina de Notre Dame „recientemente pasto de las llamas„ o la selva amazónica, considerada como el pulmón del planeta y amenazada por la acción del hombre?

Casi sin dudarlo y para visible estupefacción de los niños, a quienes se les pusieron los ojos como platos, el político del Partido Popular expresó su clara preferencia: la catedral de París.

"Notre Dame es un símbolo de Europa", argumentó Martínez-Almeida en clara alusión a las raíces cristianas del continente, que la derecha siente siempre amenazadas por los bárbaros.

Parece que la defensa de esas raíces, cuando no la santurronería, es más importante para algunos políticos que la salvación de un planeta abocado a la destrucción si no se toman medidas urgentes como las que reclaman semanalmente los jóvenes de todo el mundo.

Aquella respuesta no debería, sin embargo, sorprendernos por salir, como sale, de labios de un político a quien, al igual que a tantos de sus correligionarios, parece importarle más el incienso de las procesiones de Semana Santa que la contaminación de su ciudad.

¿Cómo se explica, si no, el empeño del PP, junto a la derecha liberal de Ciudadanos y a un partido como Vox, negacionista del cambio climático, en echar abajo el más bien tímido proyecto del anterior Gobierno municipal de restringir las emisiones de CO2 en el centro de la capital?

Que el nuevo Ayuntamiento tripartito de Madrid se proponga, por ejemplo, rebajar las tarifas de los aparcamientos municipales y aumentar el número de plazas en superficie para los no residentes, además de incentivar el uso de la moto, es un disparate más de quienes anteponen la que llaman "libertad" del individuo al derecho a la salud de los ciudadanos.

Afortunadamente, como reconoce incluso el alcalde madrileño, España está hoy en la Unión Europea, donde, pese al poderoso lobby del automóvil, existe una mayor concienciación que la tenemos aquí sobre la urgencia de la lucha para la salvación del planeta.

Bruselas tiene previstas sanciones para los incumplidores con la calidad del aire, como ocurre en Madrid, pero si termina sancionándonos, seremos los ciudadanos, y no esos políticos sin seso, quienes acabemos pagando. Y lo haremos por partida doble: con el dinero de nuestros impuestos y, lo que es peor, también con nuestra salud.