Me refiero a los cánidos. No a nadie en quien usted esté pensando. O sí. Hoy quería hablar de esos peludos de cuatro patas que pueblan las ciudades de nuestro país. Resulta que en España ya hay más mascotas que niños menores de 15 años. Y hablamos solo de las que están registradas. Circula un chascarrillo que ofrece una explicación. Dice que la gente de mediana edad „siempre muy ocupada y con compromisos inaplazables en su devenir diario„ no puede dedicarse al cuidado de sus mayores, así que les busca plaza en una residencia, a ser posible del sistema público, pues las privadas cobran mucho. Y en cuanto a los hijos „seres por lo visto igualmente molestos„ van camino del internado, en España o en Suiza según los posibles de la familia, y, si son mayores, a la Universidad en otra ciudad. Aparece entonces una especie de síndrome del nido vacío, un aburrimiento vital ante la falta de bullicio en el hogar que impele a muchos a adquirir una mascota para tener alguien de quien cuidar.

Bromas aparte, lo cierto es que el número de animales ha crecido mucho. Dicen las estadísticas que el 93% son perros, el 6% gatos, y el resto, conejos, sobre todo. Sí, sí. Conejos. La razón de tanto animal de compañía „dejen ya de pensar en esas últimas mascotas al ajillo„, está en la soledad de muchas personas. Tener a alguien a tu lado que te proporciona cariño, aunque no con palabras, sino a lametazos, es un importante consuelo que no debe ocultar el gran problema de soledad en las grandes ciudades, sobre todo de los ancianos y, especialmente, de las ancianas. El reto de proporcionar compañía y atenciones a los que ya no pueden valerse por sí mismos deben asumirlo también las administraciones públicas cuando la familia no exista.

Pero tampoco quiero hoy hablar de eso, sino de otros aspectos de lo que supone el cuidado de un animal, sobre todo de un perro, que son, de largo, los más numerosos. Más de uno estará preguntándose si eso que adorna la suela de su zapato no será... Y sí, muchas veces lo es. Millones de deposiciones acechan en los parques y calles de las ciudades dispuestas a llegar como sea a la alfombra de nuestra casa pese a las ordenanzas municipales que exigen recogerlas (y diluir las excreciones de naturaleza líquida). Cierto que la mayoría de propietarios son gente cívica que así lo hace. Pero algunos caraduras „sobre todo si nadie mira„ se hacen los suecos cuando el can encorva el torso.

Pero con ser grave, y una cuestión de salud pública, lo que resulta más inquietante es la desidia de aquellos otros dueños de mascotas que, pareciéndoles poca cosa comprar o adoptar un caniche, un pinscher o un fox terrier (un suponer), se van a otros perrazos que, sobre todo si son de raza peligrosa, exigen unas medidas de contención especiales. Como mínimo correa corta y bozal. Y cuántos cánidos no vemos en el día a día, incluso en las áreas de juego infantiles, donde está expresamente prohibida su presencia, campando a sus anchas junto a los niños y niñas que juegan distraídamente. Si alguien osa reprochárselo a sus tenedores, o bien sale la frasecita típica de que "es muy bueno", "le encantan los niños" o "jamás ha mordido a nadie", todas ellas simplezas y que, en todo caso, son irrelevantes porque simplemente está prohibido, o, en casos más graves, les cae un chorreo a la pobre mamá o papá que están angustiados y acaban por llevarse a sus hijos a otro lugar más seguro.

Esos irresponsables, no digamos los que poseen perros de raza peligrosa, además de una fuerte sanción económica, se arriesgan a que, si sucede un ataque, no solo podrán ser considerados responsables civiles por los daños causados, sino incluso penales si se estima que han infringido el cuidado debido. Y ello por la vía de los arts. 142 (si se produce un fallecimiento) o 152 del Código penal (si se producen unas lesiones). Para ello, los jueces valoran si la infracción del cuidado debido es de tal relevancia que podamos hablar de imprudencia grave o menos grave si tenemos en cuenta que quien tiene el deber de control (el dueño) de la fuente de peligro (el perro) que se halla en su propio ámbito de dominio, procede con la diligencia que le es exigible. Será diligente si lo lleva con bozal, sujeto por correa, fuera de las áreas prohibidas, previendo posibles ataques, etc. Y será negligente quien no hace nada de eso.

Luego vendrán los llantos y los lamentos, pero el responsable judicialmente no va a ser el niño muerto o gravemente herido, sino el cafre que se cree que un perro es su colega de paseos y juegos y no un descendiente del lobo, con sus instintos y su personalidad. Para nada estoy en contra de los perros, sino a favor de una tenencia responsable de los mismos en evitación de lamentables sucesos. Y también es verdad que a veces suceden desenlaces inesperados, aunque se adopten muchas medidas de seguridad, pero no es lo habitual. Así que, si ven a un hijo de perra suelto, llamen al 112. Espero que no se colapse.