Luis, un amigo de la infancia, iba por la calle sin meterse con nadie cuando se encontró con un conocido.

-Hombre, Luis, creí que te habías muerto de un infarto „exclamó con sorpresa el conocido.

-¿Y eso?

-Me lo dijo Millás.

Luis me llamó enseguida para preguntarme por qué propagaba yo esa clase de rumores.

-Yo no he sido „me defendí.

Y en efecto, yo no había sido, pero no me creyó. Al día siguiente tuve que ir al centro a hacer unas compras en El Corte Inglés, donde coincidí en la sección de ropa interior con otro amigo.

-¿Te has enterado de lo de Luis? „me dijo.

-No, qué pasa.

-Se murió de un infarto.

Hice como que no tenía ni idea, pero llamé enseguida a Luis para contárselo y me confesó que lo sabía todo el mundo.

-¿Qué es lo que sabe todo el mundo?

-Que me he muerto. Todo el mundo sabe que me he muerto y no me he muerto, ya lo ves, he contestado al teléfono. Varios compañeros de la universidad han llamado a mi mujer para darle el pésame. Y cuanto más lo desmentimos más crece el rumor.

Le dije que lo sentía mucho, pero que yo no tenía nada que ver. Esta vez, por fortuna, me creyó y nos despedimos en buena armonía. Poco tiempo después, en un restaurante, se acercó a saludarme, un antiguo alumno del colegio. La verdad es que no pude evitar la tentación de preguntarle si sabía lo de Luis. Respondió que hacía tiempo que no tenía noticias de él.

-Pues se ha muerto de un infarto „le espeté.

-Vaya, luego llamo a su mujer para darle el pésame.

-No le digas que lo sabes por mí. Parece que quieren ocultarlo.

Volví a casa preguntándome por qué lo había hecho, pero no hallé respuesta. Impulsos de maldad que no podemos reprimir, supongo. El caso es que ayer mismo sonó el teléfono y volvieron a darme la noticia del deceso. Respondí que ya lo sabía y luego llamé al interfecto y quedamos para comer.