Sospechábamos y así lo hicimos saber (intuición periodística)) que la nueva presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, y el nuevo alcalde de la capital de España, José Luis Martínez-Almeida, darían mucho juego en los medios, y así ha sido. Pero no hasta el punto de haber formado la pareja cómica de más éxito. Supongo que involuntariamente. Porque sus declaraciones sobre diversos asuntos de actualidad son equiparables a los de los mejores gags de Tip y Coll, o de Martes y Trece. Como aquellos dos, geniales en su absurdidad, de la jarra y el vaso de agua o de la empanadilla de Móstoles. La primera en aparecer en escena fue la señora Díaz Ayuso al expresar su añoranza sobre los atascos automovilísticos en el centro de Madrid durante las noches de los fines de semana que ella interpretó como un símbolo inequívoco de prosperidad. Una prosperidad contaminante que habían puesto en peligro las medidas de restricción del tráfico impuestas por la corporación municipal regida por la izquierdosa exmagistrada Manuela Carmena, más conocida en los medios reaccionarios como la "abuelita lobo". Acto seguido, y cuando el público aún no había cerrado la boca de asombro, expresó su temor a que pudiera volver a producirse en Madrid la quema de los conventos como la que tuvo lugar en tiempos de la Segunda República. Y ya lanzada manifestó su disgusto por el hecho a su juicio incomprensible de que se perdiese el tiempo discutiendo sobre la inhumación de los restos del general Franco y la ubicación posterior de su momia embalsamada. Por último, acusó a las feministas de Podemos de comportarse como las mantis religiosas, esas arañas que acaban por comerse a los machos con quienes copulan. Podría pensarse caritativamente que la flamante alcaldesa madrileña se había dejado llevar por una inspiración momentánea y poco meditada pero eso choca con la evidencia de que la mayoría de sus intervenciones públicas se ajustan a un texto manuscrito previa consulta con su departamento de comunicación. Es decir, que están escogidas a propósito para causar el efecto buscado de antemano. Una cautela que viene avalada por una licenciatura en Periodismo. Y algo parecido cabe decir del alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, que quiso adoctrinar a los niños de un colegio en una comparecencia en directo en un canal de televisión. Primero alertándolos sobre la manipulación de conciencias que es el objetivo educacional propio de las formaciones políticas de izquierdas. Y después manifestándose a favor de preservar la catedral parisina de Notre Dame en detrimento de la conservación de la selva amazónica, considerada un pulmón de la Humanidad y amenazada por incendios provocados. Los niños, fue apreciable en las imágenes servidas por la televisión, se echaron las manos a la cabeza y no salían de su asombro ante la respuesta del alcalde madrileño. Conscientes de la metedura de pata, los asesores de imagen del señor Martínez-Almeida resaltaron su condición de abogado del Estado como supremo valor intelectual. Está muy extendida, en ciertos círculos, la idea de que un abogado del Estado vale para cualquier cosa empezando por la actividad política y la comunicación. Una creencia que no tiene base real. Y menos todavía después de la confusa explicación de Dolores de Cospedal sobre los pagos en diferido a Bárcenas.