Si reformar la ley electoral fuese posible, que parece que no lo es, quizá uno de los cambios más oportunos sería el de eliminar los plazos que enmarcan en la actualidad la campaña electoral porque todos los partidos han optado por convertirla en permanente. Si la legislatura anterior fue una especie de estafa al ciudadano por la incapacidad de tirios y troyanos de ponerse de acuerdo para investir a un presidente, esa indolencia se compensó mandando de continuo un mensaje electoral tras otro. Los más geniales de todos son los que aseguraban no desear que se colocasen las urnas de nuevo. Como los mensajes de campaña y los propios programas electorales „lo que trasciende de ellos a título de resumen„ son un reflejo automático de lo que dicen las encuestas, y estas han insistido a lo largo de la legislatura fallida en que los votantes no querían tener que pasar por otras elecciones, lo suyo era negarlas por una parte y atribuir al adversario las culpas del hecho obvio de que iban a llegar.

El segundo componente común de todas las encuestas es la voluntad ciudadana decidida en favor de un pacto de investidura, de gobierno o de lo que sea, única forma viable de impedir la reiteración de convocatorias electorales. Así que, dentro de la campaña permanente, salen ya propuestas de pacto que podrían calificarse en algunos casos de convenio a la carta. Por ejemplo, Albert Rivera ha cambiado su mantra de la línea roja al candidato Sánchez por una oferta de acuerdo nacional siempre, eso sí, que sumando los escaños de su partido, del Popular y de Vox no se alcance la mayoría parlamentaria. Dicho de otro modo, Rivera anuncia que pactará con toda seguridad aunque todavía no sabe con quién. Semejante genialidad no se daba desde los tiempos en que la Unión de Centro Democrático de Adolfo Suárez celebró en Palma su congreso del suicidio a puerta cerrada y, al salir de la sala Pío Cabanillas, los periodistas se abalanzaron sobre él preguntándole quién había ganado. "Nosotros", contestó. ¿Y quiénes son ustedes?, le requirieron los corresponsales. "Ah, eso todavía no lo sé", concluyó don Pío.

Lo que sí sabemos es que, por primera vez que yo recuerde desde que recuperamos la democracia en España, se insinúa la posibilidad de un gran acuerdo entre el PSOE y el Partido Popular. Eso, que sería normal en casi toda Europa, suponía una línea no ya roja sino infrarroja en España. Pero ha bastado con darse cuenta del disparate del callejón sin salida que llevamos viviendo desde hace meses para que semejante pacto resulta al menos imaginable. Teniendo en cuenta que es necesario reformar la Constitución, resulta incluso imprescindible. Pero mucho me temo que harían falta líderes más adultos para lograr algo así. De momento, todos ellos menos Sánchez nos arrullan los oídos con la oferta de pactos. Pero Sánchez dice que no son necesarios si le regalan la investidura. Dios nos pille confesados.