Le ha dicho el líder del PP Pablo Casado a su correligionario Alberto Núñez Feijóo que se deje de caralladas como esa de formar gobiernos de coalición con el PSOE, en el caso de que las circunstancias lo reclamen. Carallada es, según el diccionario de la Real Academia Gallega, una "diversión bulliciosa" y también, en la acepción a la que probablemente aluda Casado, una cosa sin importancia o de poco valor. Algo a lo que no hay que prestar atención, por así decirlo.

La carallada se suma así a otras palabras, como morriña o saúdade, que la lengua galaicoportuguesa exportó a la castellana. También el español ha introducido en otros idiomas ciertos términos que son todo un emblema como, un suponer, guerrilla y rancho, a los que habría que añadir la sangría, el chorizo y la paella, entre otros.

Pero no solo hay préstamos de palabras, sino también de políticos. El propio Feijóo iba a hacerse cargo del liderazgo de su partido en España; pero rehusó prestarse a ello por razones que es difícil esclarecer. Quizá el PP, en general, y el de Madrid, en particular, le pareciese demasiado conservador. Así que el presidente de la Xunta sigue donde estaba y no hubo préstamo.

No encaja del todo el actual jefe del Gobierno gallego, desde luego, en una derecha que últimamente se ha vuelto más bien carpetovetónica. Un líder conservador que considera el matrimonio una institución "poco democrática" „y actúa en consecuencia„ no casa mucho con una clientela que, a menudo, sigue evocando al Cid y a Don Pelayo. Feijóo tira más bien a la opinión de Groucho Marx, quien consideraba que el matrimonio "es una gran institución... siempre que a uno le guste vivir dentro de una institución, desde luego".

En Galicia se le vota con pertinacia desde hace tres mayorías absolutas, cierto es; pero eso puede obedecer a muchas circunstancias. Los gallegos tienden a ser conservadores de cintura para arriba, mayormente por la parte del bolsillo; y más bien liberales de cintura para abajo, en materia de tolerancia de costumbres. Nada que los diferencie, en realidad, de otras derechas europeas que prestan menos atención al sentido trágico de la vida que a los goces de la vida propiamente dicha.

Tampoco es tan rara esa actitud. Baste observar que el aborto lo aprobó en Francia „el país de la liberté y la egalité„ la ministra de derechas Simone Veil. O que el divorcio fue autorizado en España, años más tarde, por un ministro del Gobierno de Adolfo Suárez, último secretario general del Movimiento.

Otra cosa es que la derecha española haya incurrido ahora en la redundancia de derechizarse, con resultados más bien mejorables en las urnas.

Solo así se explica que su líder, Pablo Casado, repute de carallada „o tontería„ la propuesta de formar un Gobierno de coalición entre conservadores y socialdemócratas como el que funciona hace años en Alemania y otros lugares. Con lo que manda en España Ángela Merkel y el mal genio que se gasta a veces, eso no deja de constituir una temeridad.

Como quiera que sea, el de la carallada es todo un hallazgo lingüístico que acaso amplíe el repertorio de galleguismos en el castellano. Manda carallo, por decirlo con una expresión gallega de asombro, que a estas alturas ya conocerá Casado, perito en lenguas españolas.