No pude evitar el otro día una sonrisa al leer en la prensa madrileña la recomendación que hicieron las distintas federaciones del PSOE en el último congreso federal del partido de hacer "mucha pedagogía" frente al desencanto que observan en el electorado de izquierdas.

"Mucha pedagogía y terapia" fue al parecer la recomendación de esas federaciones a la dirección del partido si se pretende que ese desencanto no degenere en abstención, una abstención que, en el peor de los casos, podría incluso costarle el Gobierno a Pedro Sánchez.

Se preguntaba el otro día en una columna un viejo colega de este articulista en los ya lejanos tiempos del semanario Triunfo si, confiado demasiado en su fortuna, que no en su virtud, ¿no estará jugando el líder del PSOE a "aprendiz de brujo"?

Y ya sabemos lo que les pasa a veces a los aprendices de brujo: que el tiro les sale por la culata sin que puedan hacer nada por evitarlo. ¿Será ésa la suerte de Pedro Sánchez?

Seguramente que a la inmensa mayoría de los votantes de izquierda le gustaría que finalmente no ocurriera. Aunque más de uno desearía que el presidente en funcione sufriese al menos un escarmiento por su arrogante desprecio de lo que votaron la última vez los ciudadanos.

Porque si ninguno de los líderes de los partidos puede arrojar la primera piedra, está absolutamente claro para cualquier observador desinteresado que la principal responsabilidad de que no se llegara finalmente a formar gobierno corresponde a quien tenía la llave: el presidente en funciones.

Pueden seguir unos discutiendo hasta el aburrimiento de la falta de sentido de Estado de una derecha más preocupada de sus mezquinos intereses que de los del conjunto de la sociedad. O culpando otros exclusivamente al ego del líder de Unidas Podemos.

Pero será sin duda Pedro Sánchez, y ningún otro, quien tenga que asumir dentro de muy poco las consecuencias de su elección. ¿Confía acaso nuestro presidente en funciones en que la siempre suicida tendencia a la división de la izquierda, evidenciada una vez más con el surgimiento de Más País, terminará favoreciéndole gracias al llamado voto útil y al plus de estar ya en el Gobierno?

¿Confía Sánchez en que el tan caprichoso como obstinado líder de Ciudadanos, Albert Rivera, deje de expedir patentes de constitucionalismo y renuncie, en un nuevo viraje de su joven carrera política, a sus absurdas "líneas rojas"?

Parece que hay movimientos de última hora en esa dirección con un PSOE que parece haber perdido el miedo a hablar del artículo 155 como muralla de contención del independentismo catalán, como le exige Rivera, y un Ciudadanos más dispuesto a ejercer su papel de bisagra.

Y entonces, el mismo Sánchez que escuchó a sus más aguerridos militantes en la noche electoral ante la sede del PSOE gritar unánimemente "Con Ciudadanos, no", tendría lo que siempre parecía buscar: un Gobierno con el que presentarse por fin orgulloso ante la CEOE y en Bruselas.