El electrodoméstico más absurdo e infrautilizado de la casa es el teléfono fijo. Gana en inutilidad al cuchillo eléctrico, a la picadora de carne, o al palomitero. Tiene menos uso que la cortadora de pelos de la nariz, la licuadora o la sandwichera. Y genera una hostilidad mayor que la depiladora, que ya es decir. No sirve para nada, y molesta todo. Recuerdo cuando era el único medio para comunicarnos con nuestros seres queridos. Un aparato respetable que ocupaba un espacio central de la habitación central de los hogares. Era el teléfono, no el fijo como le llamamos ahora. Cuando sonaba, era alguien importante, o algo importante. Pesaba en la mano. A veces, alguien se equivocaba al otro lado del aparato, pues no te buscaba a ti, y pedía disculpas. Se controlaba el uso que se hacía de la línea familiar para no disparar la factura. Hoy la factura no baja jamás, sube y sube, y solo tiene que ver con la televisión. Pagas por ver un fútbol que ni quieres ni te interesa, y a cambio te colocan un teléfono fijo que no usas, no necesitas y cuyo número no recordarías ni aunque la vida de tus hijos dependiera de ello. Te dejas instalar un fijo para disponer del móvil, que es lo único que realmente te sirve para conectar con el mundo. Porque hablar, lo que se dice hablar, ya hablas muy poco.

Las compañías telefónicas han transformado los teléfonos fijos en electrodomésticos más superfluos que un secador led para las uñas. Qué digo. Mañana mismo cambiaría el mío por un limador de durezas, por una yogurtera o por un deshidratador de fruta. Pero no puedo. Las empresas de telefonía ponen todas las trabas del mundo a quien desea quitar el fijo y conservar los otros servicios. Y se lo cobran a doblón. Ya se pueden esforzar las organizaciones de defensa de los consumidores y usuarios en exigir que se dé esta opción, que nada. Te imponen un elemento que ellas mismas han convertido en mero foco de estrés. Hace un par de años, solo unos pocos allegados te buscaban en el fijo. Entonces tu compañía te quitó el identificador gratuito de llamadas y un increíble montón de teleoperadores con voces de países lejanos empezaron a acosarte a la hora de la siesta. Te viste presa de la ira, deseándole lo peor a una tipa que quería tu número de cuenta, ¿en serio? Les dijiste a tus seres queridos que por favor no volvieran a usar ese número, y te llamasen siempre al móvil. El fijo seguía sonando en momentos intempestivos, pero ahora al descolgar ya no es el vendedor de turno, sino el silencio, esas llamadas fantasma que efectúan algoritmos para las firmas de telemarketing. En resumen, tal día ha hecho un año que le quitaste el sonido al fijo y no has vuelto a descolgarlo. Ahí sigue, acumulando llamadas perdidas y polvo. Desde la seguridad de que nadie en su sano juicio osaría coger un fijo, has perdido la costumbre de usarlo y ya ni te acuerdas de su existencia. Pero pagarlo, lo pagas.

Me pregunto si volverá el fijo como han vuelto los vinilos, los casetes o el discman. Si a algún lumbrera de las telecomunicaciones se le ocurrirá cómo reconvertirlo en un instrumento útil, por ejemplo para hablar. Después de crear y fomentar el acoso telefónico masivo, pueden ofrecer el servicio de protección antispam, en un paquete imbatible si le añaden la Fórmula 1.