Sánchez es la mano política que meció la cuna de las elecciones del 10-N. Táctica que, por cierto, pareció muy bien a la mano económica, tal como se deduce de las declaraciones de algunos de sus más conspicuos prebostes. La pretensión de Sánchez era, primero, reforzar su posición para formar su gobierno de otoño, donde se atenúan los colores, y en segundo lugar, debilitar lo máximo posible las fuerzas a su izquierda. Con ello se facilitaría el retorno del añorado bipartidismo que, por imperfecto que fuese, hizo tan felices a PSOE y PP y tantos "negocios" posibilitó. De salida, la cosa se auguró así desde los minaretes políticos, mediáticos y demoscópicos del sistema: "¡El PSOE gana más escaños, el PP se recupera, Podemos pierde peso y Ciudadanos, que ya no se necesita para nada, se va al carajo!".

Como la situación creada es tan novedosa y el personal está tan hasta los mismísimos, los sondeos revelan gran volatilidad del voto, ayudada por la irrupción de Más País, por el suicidio de Albert Rivera y por el abrigo de piel de cordero con que se disfraza Pablo Casado. Por ello, a día de hoy, parece que el avance de Sánchez está en cuestión, porque los votos caídos de Rivera se los chupa el Casado, disfrazado de lagarterana, y los pocos que podría recoger del archipiélago de la izquierda se los llevaría Errejón, que también se haría cargo de aquellos que, en la tibia noche de abril, gritaron: "¡Con Rivera no!".

En todo caso, con avance o retroceso de Sánchez, siempre leves, parece que lo que pretenden conseguir el PSOE, el PP y los que mueven los hilos desde la economía sería un gobierno de centroderecha, donde serían los socialistas los que ocuparían la posición central. Es de lo que sin disimulos hablaron, en A Toxa, D. Felipe y D. Mariano, que saben muy bien lo que hay, y es también lo que revela este recurso compulsivo al patrioterismo español en la campaña. Con ello se trata de que "por España" y su gobernabilidad y con el pretexto de Cataluña, catalizador del miedo, se pueda justificar lo que sea, incluida la gran coalición, tan alemana ella, por cierto. Así lograrían alargar la vida del agónico régimen del 78. Del 81, diría yo, que del 78 es la Constitución, no el régimen.

Es volver a un lugar que ya no existe.