Tengo que cobrar un cheque (ustedes perdonen) emitido por una entidad bancaria diferente a la mía. (Vuelvan a perdonarme por el mal uso del posesivo "mía": tal parece que sea yo el que tenga un banco y no un banco el que me tiene a mí). El caso es que no me da la gana de pagar comisión alguna. Si no la hubiera, lo ingreso en mi cuenta. Si la hubiese, lo haría efectivo en el banco emisor. Como no me apetece malgastar la mañana a lo tonto para que a lo peor me digan en mi banco que sí, que hay que apoquinar gastos, y tener entonces que largarme al otro para seguir perdiendo el tiempo en desplazamientos y colas, tiro de teléfono. Me contesta la grabación habitual: teclee esto; diga su DNI; repítalo; compre nuestros productos financieros; deletree su nombre; esta conversación se va a grabar... Me ha crecido la barba ya cuando oigo una voz humana. Le expongo el problema y sintetizo:

-¿Cobran ustedes comisión por ingresar en mi cuenta un cheque de otro banco?

-No lo sé, don Francisco. Tendría usted que venir a nuestras oficinas y le atendería un compañero.

-Mire, no quiero perder la mañana en desplazamientos y colas quizá inútiles. ¿Le puede usted preguntar a ese compañero?

-(Pausa). Tendría usted que venir a nuestras oficinas y le atendería un compañero.

-Páseme usted a su compañero, por caridad.

-Tendría usted que venir a nuestras oficinas y le atendería un compañero. ¿Puedo ayudarle en alguna otra cosa? Muchas gracias por su llamada. Estamos encantados de haberle ayudado. No dude en consultarnos sobre cualquier otro asunto de su interés.

Y colgó. Y me fui a dar un paseo junto a la mar, que estaba azul hiriente y brava, que el día no me lo amarga una extraterrestre robotizada y desquiciada.

Leo en un titular: "El perro peligroso que atacó a un vecino y su mascota, en cuarentena". (Ya escribí mil veces de la tirria bíblica que me producen los dueños de los llamados "perros peligrosos". No insisto: hoy toca melindre lingüístico). Tal y como está redactada la información, resulta que el perro peligroso tenía a su vez mascota, y que ambos han sido puestos en cuarentena. Sigo leyendo, intrigado. Por fin me entero: a quienes atacó la bestia de esa dueña harto incivil fue a un vecino y a la perrita que el hombre paseaba. Una modesta "a", una preposicionita de nada, la primera de la lista, una letra sola hubiese solucionado el malentendido: "El perro peligroso que atacó a un vecino y a su mascota, en cuarentena". Y listo.

Subo en coche y muy temprano por una empinadísima carretera estrecha del País Vasco, boscaje a un lado y caída imponente, sin quitamiedos, al otro. Ni un alma. Tranquilidad, neblina meona. Muy lejos de cualquier pueblo. Ni un caserío veo siquiera. Asciendo despacio, prudente. De pronto, columbro a unos cien metros lo que parecen y son caballo y jinete. Bajan a trote muy ligero, casi galope, haciendo eses o en zigzag, alterado, cabriolero y retozón el animal, que va desembridado. Su montador cabalga absorto en algo que trae entre manos, literalmente. Peligro. Se me echan encima. Al esquivarme „no sé cómo, en el último segundo„ veo lo que tanto atraía al lugareño: un móvil sobre el que tecleaba. Prosigue sin inmutarse:

-¡Epa! „me saluda circunspecto y sin mirarme, mientras continúa su guasapeo.

¿Cómo debería titular esta pildorita? ¿"Agro y tecno"? ¿"Sobran las palabras"?

En una entrevista de Javier Rodríguez Marcos, Fernando Savater, que cita a una filósofa amiga suya, resume su sentido del amor: "Mi amiga Celia Amorós siempre dice que el amor tiene que ser fou porque si no, no es ni fu ni fa". Me río a carcajadas. Qué razón tiene. (Para no ir de cultureta, aclaro que fou es palabra francesa que significa "loco" y se pronuncia "fu").