Buen día, señoras y señores. Déjenme que hoy vuelva a saludarles a través de estas líneas, escritas ayer para ustedes, en una nueva jornada del Día Internacional de la Niña. Un nuevo hito en el calendario generado con la intención de remarcar una realidad social que es importante tener en cuenta. Quizá algo prescindible para algunas personas, viendo algunas de las opiniones que se oyen por ahí. Pero una absoluta necesidad, desde mi punto de vista. Si quieren saber por qué lo pienso y siento así, pasen y vean...

Miren, las niñas, en un ámbito global, tienen muchos problemas y dificultades derivados única y exclusivamente de su condición de género. Una realidad que hace que Naciones Unidas, en el año 2012, decidiese instaurar tal jornada del 11 de octubre, para hablar específicamente de los derechos de las niñas, de forma diferenciada a los de los niños. Y sí, no es algo frívolo ni una boutade. Es bueno y útil.

Y para ello les invitaré a ponernos unas gafas con mayor amplitud de miras que las que usamos habitualmente para comprender y hacer diagnósticos de nuestro entorno. La necesidad crea el hábito, ya saben. Y es bien cierto que aquí, pese a que algunas diferencias entre oportunidades y percepción social entre niños y niñas persisten de forma incomprensible e insidiosa, la situación empieza a ser razonablemente mejor. Pero si salimos a conocer un poquito qué pasa en buena parte de nuestro mundo contemporáneo, el panorama cambia, y mucho. Por eso es importante hablar de días como este en clave global y con conocimiento de causa. Y, así planteado, no hay duda.

Hoy hay millones de niñas, con nombres y peripecias vitales concretas, que se enfrentan a matrimonios no deseados y arreglados por intereses familiares, estando en edades aún lejanas de la mayoría de edad. Cada siete segundos, una niña menor de quince años es obligada a casarse en algún lugar del mundo. Hay niñas que son objeto de trata, con todo tipo de finalidades, incluyendo las más execrables, tales como el tráfico de órganos, el uso sexual o el trabajo forzado. O niñas a las que se les reserva un rol dentro de la familia orientado, simple y llanamente, al cuidado de los varones de la casa. Punto. Sin que quepa, a menudo, cualquier otro tipo de posibilidad.

Hay niñas que no pueden expresarse libremente a través del vestido o de cualquier otro modo de diferenciación e identidad personal. Hay niñas, chicas y mujeres que viven en contextos donde es obligatorio que vayan absolutamente tapadas, independientemente de su opinión al respecto. Y hay millones de niñas que tienen vetado ir a la escuela, o cualquier tipo de formación, con cifras verdaderamente escandalosas. A veces por razones económicas, porque se prima la educación de sus hermanos hombres. Y a veces, aún más allá, por concepto, porque se entiende que cualquier inversión en la educación de una niña es tiempo y dinero perdido.

En determinados contextos, ha habido determinadas políticas de control de la natalidad que han propiciado el exterminio selectivo de generaciones de niñas, al primar las familias el tener un hijo varón frente a una niña. Siendo así las cosas, si el fruto de un primer embarazo es una niña, tal ser vivo se elimina para optar a la oportunidad de concebir a un hijo varón. Lo que menos importa aquí es el derecho más elemental de cualquier ser humano, el derecho a la vida, que queda supeditado a las expectativas de la familia en términos económicos y sociales.

¿Y qué me dicen de prácticas ancestrales que implican daño, y a veces muerte, para las niñas? Tomen nota: la mutilación genital pone en riesgo real a treinta millones de niñas en los próximos diez años.

Y ser niña sigue siendo un factor de riesgo para ser pobre. Y es que la exclusión social más severa sigue teniendo rostro de mujer y, muy especialmente, de niña. Si la realidad de los niños que viven en la calle es dura y extremadamente difícil, imagínense la de ser niña en tal situación de calle. Esa, con frecuencia, es mucho más lacerante. Ser niña es o servir de forma callada y casi invisible, en algunos avisperos de la humanidad, o estar expuesta a los más duros tormentos. La violación indiscriminada se sigue empleando como arma de guerra, con el plus de brutalidad que supone el posterior repudio por parte de la comunidad y la familia que, se supone, deberían acoger y consolar a la persona agredida. Ser niña, en esos casos, es estar abocada muchas veces a la desgracia.

Ser niña implica una mayor probabilidad de ver mermados los derechos que hemos convenido son intocables para cualquier ser humano. Por eso es importante incidir de forma específica, como decía, en la necesidad de salvaguardar los derechos de las niñas. Y por eso esta columna, en la que les propongo pensar sobre ello. Y, a partir de ahí, actuar en consecuencia de forma local y contribuir, en lo posible, a un imaginario global donde otra realidad más simétrica entre los derechos y oportunidades de niñas y niños sea un hecho, y no un deseo.