Ha vuelto a cobrar actualidad internacional estos días el asunto del whistleblower, el denunciante, por los intentos de Donald Trump de descalificar como "traidor" y "espía" a alguien que cumplió su deber al revelar los abusos de poder de un presidente felón.

Según el denunciante, que siguió escrupulosamente los procedimientos previstos para esos casos, Trump condicionó la llegada de ayuda militar a Ucrania a que el nuevo Gobierno de ese país investigara la corrupción de una empresa gasista de cuyo consejo de administración había formado parte el hijo del exvicepresidente Joe Biden.

El presidente de EEUU trataba así de recurrir a una potencia extranjera para que le ayudase a echar basura sobre uno de sus rivales políticos con el argumento de que, cuando era vicepresidente con Barack Obama, Joe Biden había influido supuestamente sobre un anterior Gobierno de Kiev a fin de que frenara tal investigación.

Descubierta la felonía, Trump ha intentado defenderse como siempre: denunciando como inventos de la prensa o de los "malvados" demócratas hechos acreditados, injuriando a quienes osan contradecirle y argumentando que su objetivo es combatir la corrupción, donde quiera que la encuentre.

El presidente de EEUU parece considerar lo más normal del mundo el hecho de arrojar basura, recurriendo a quien haga falta, aunque sea un jefe de Estado extranjero, para hundir a un competidor, como parece ocurrir tantas veces en el despiadado mundo de los negocios, que es el que sobre todo conoce.

Por igual, si no aún más preocupante, es que hasta ahora, salvo alguna honrosa excepción, nadie en su Partido Republicano le haya recordado que Estados Unidos es supuestamente una democracia y no una de esas monarquías feudales que tanto parecen gustarle, donde pueden cometerse los más graves delitos con total impunidad.

Lo ocurrido estos días pasados en EEUU debería llevarnos, sin embargo, a otra reflexión: ¿Por qué los medios más influyentes de EEUU, desde The New York Times o The Washington Post, hasta la CNN muestran en este caso mucho mayor celo en su defensa del denunciante que con otros famosos whistleblowers como Edward Snowden, Chelsea Manning o Julian Assange?

Snowden, conviene recordarlo, tuvo que exiliarse en Moscú para escapar de la justicia norteamericana, que le acusa de espionaje por haber revelado el programa de vigilancia secreta que lleva a cabo la superpotencia en todo el planeta, pero el presidente Barack Obama se negó a darle el perdón que solicitaban para él desde Amnistía Internacional hasta la Unión de Libertades Civiles Americanas.

Obama sí perdonó en el último momento de su presidencia a Chelsea Manning, la confidente del fundador de Wikileaks, Julian Assange, pero la exsoldado del Ejército estadounidense, que había pasado ya varios años en la cárcel, acusada también de espionaje, volvió a prisión en 2019 por negarse a testificar ante un gran jurado contra aquel.

Y no hablemos ya del propio Assange, quien, tras una larga reclusión en la embajada ecuatoriana en Londres „el Gobierno de Quito le concedió asilo diplomático para retirárselo más tarde„, fue expulsado ignominiosamente de esa sede diplomática y se encuentra en una prisión de alta seguridad británica en espera de su posible extradición a EEUU.

¿Se defiende a los denunciantes sobre todo cuando hay por medio una sórdida lucha entre partidos políticos y se los olvida en cambio demasiado fácilmente cuando su "crimen" es haber revelado a la opinión pública los sistémicos abusos de poder y los atropellos de los derechos humanos que EEUU comete impunemente en todo el mundo?