La primera vez que vi, cerca de Madrid, tres cotorras en formación trazando una línea de color y rasgando el silencio con su graznido, me impactó. Luego las vi y oí en su colonia del parque de Aluche, y tiempo después, cada tarde, en los árboles de una finca de Aravaca, frente a un hospital, en unos aciagos días. De este modo tengo cierto vínculo emocional con las cotorras venezolanas que Madrid quiere liquidar a miles, como especie invasora. Siempre me ha ofrecido duda la línea de acción de muchos biólogos, de exterminar especies importadas para defender las propias. A fin de cuentas, nuestros ancestros son también de importación, y si las cotorras se han hecho un sitio entre nosotros, ¿no deberíamos controlar la especie e intentar convivir? Quizás sean más resistentes al gran depredador (nosotros) que otras aves que día a día nos estamos llevando por delante.