Pocos protagonistas de la actual política mundial tan tóxicos como Donald Trump: despótico como ninguno de sus predecesores, sin el más mínimo escrúpulo, ha violado todas las normas éticas y democráticas, abusando de su poder cada vez que le ha convenido, en complicidad con potencias extranjeras y con el único fin de destruir a sus rivales políticos.

Incapaz de la mínima lealtad con sus colaboradores, se ha deshecho de ellos cuando ha querido, con la misma facilidad con la que despedía a quienes en el programa de televisión El Aprendiz, que le hizo famoso, competían a cara de perro por un premio y un contrato para dirigir alguna de sus empresas.

Sin el menor pudor, Trump ha enchufado en su Gobierno a parientes como su propia hija y su yerno, Jared Kushner, o a cualquiera dispuesto a lamerle el culo como algún periodista de su emisora de TV favorita, Fox News, y se ha mostrado siempre más obsequioso con los autócratas y dictadores que con los gobernantes demócratas de los países aliados.

En vista de tan poco edificante proceder, resulta casi increíble que la oposición demócrata haya estado dudando hasta ahora de si proceder a un impeachment (proceso de destitución) por continuado abuso de poder, algo más que evidente, con el argumento de que podía volvérsele en contra como un bumerán en vista de los partidarios que sigue teniendo entre sus compatriotas.

La gota que parece haber colmado el vaso, tras el fiasco que supuso el intento de demostrar en el Congreso la colusión de Trump con la Rusia de Putin para desprestigiar a Hillary Clinton, su oponente demócrata en las pasadas elecciones, es su recurso a tan torticeros métodos, en esta ocasión con el Gobierno de Ucrania, para echar basura sobre quien podría ser su próximo rival, el exvicepresidente Joe Biden.

El colmo es que después de que se filtrasen las conversaciones mantenidas por Trump con el nuevo presidente de ese país para que aceptara reabrir una investigación sobre si Biden aprovechó su puesto de vicepresidente con Barack Obama para intentar parar una investigación sobre una empresa gasista que había contratado a su hijo, Trump pasase a la ofensiva e insinuase la posibilidad de detener por espionaje y traición al demócrata Adam D. Schiff, encargado de estudiar en el Congreso su posible impeachment.

Sintiéndose por primera vez acorralado, un presidente que ha polarizado como ningún otro a sus conciudadanos, no ha dejado de atacar a los medios que le critican y ha convertido la mentira en normal, ha llegado amenazar en un tuit con una "guerra civil, de la que nunca se repondrá este país" si triunfan finalmente los intentos de destituirle.

Por la paz interna de Estados Unidos y el bien del mundo, Donald Trump debe salir cuanto antes de la Casa Blanca. Y saldría con casi total seguridad si a los republicanos, que siguen dominando el Senado y serían quienes tuviesen la última palabra sobre el impeachent, les quedase un mínimo de decencia. Pero el partido que fue de Abraham Lincoln ha acabado degenerando en el de Donald Trump: el presidente más tóxico de la historia de Estados Unidos.