Vivimos a tanta velocidad que se nos olvida con facilidad lo que es realmente importante. Muchos somos padres de hijos que crecen y que van desarrollando personalidades más o menos complejas, hasta que un día nos damos cuenta de que nuestros apéndices se desarrollan y de que „como todo„, lo pueden hacer bien o mal. Los caminos se abren, las posibilidades se multiplican y, por primera vez en tu vida, eres realmente consciente de que no puedes abarcarlo absolutamente todo.

Pero para llegar a reparar en esa evidencia tan real como aterradora, antes tuvieron que sucederse una serie de acontecimientos que nos abrieron los ojos a bofetadas y que pusieron a prueba a un corazón que, cada vez más acostumbrado a vivir entre vuelcos, llega un momento que, o se para para siempre, o te obliga a cambiar la perspectiva. No es fácil ir soltando amarras, pero es necesario que nuestros vástagos aprendan a tropezar por sí mismos. Tratar de protegerlos contra todo y contra todos nos desgastará hasta el extremo. Dejaremos de vivir nuestra existencia para vivir la de ellos y, lo peor de todo, es que al sentirse eternamente vigilados y carentes de la confianza paterna, los niños más díscolos acabarán decidiendo llevar a sus padres por algún camino tan tortuoso como aquellos por los que sienten que sus progenitores los dirigen a ellos.

La solución a tan complejo problema como es el de educar a unos hijos sin ningún tipo de capacitación específica que nos habilite para ello, empieza en la más tierna infancia. Cada día, al llegar a casa extenuados después de realizar un trabajo mejor o peor remunerado, hay que seguir trabajando sin cobrar. Es necesario estar despierto para ver por dónde vienen los tanteos, provocaciones, rebeldías, contestaciones, problemas, dilemas o calificaciones de nuestra prole. Lo de que el hogar es el descanso del guerrero no es más que una utopía... Eso debe ser cuando el resto del ejército está emplazado en algún que otro seguro destino.

Desde que comienzan a tener uso de razón, hay que observar a los hijos. No basta rebuscar en sus mochilas, hablar con sus profesores o pasarles la lendrera una vez por semana. No es suficiente con ponerles en la televisión una película que los atonte un rato ni con arrojarlos a la calle a dar patadas a un balón o a saltar a la comba... Lo realmente imprescindible es revisar que sus alforjas estén emocionalmente llenas, para tratar de asegurarnos de que crezcan mentalmente estables y, a poder ser, felices.

Tratemos de llegar a sus corazones, de investigar sobre su ánimo, de hablarles de sentimientos, de alimentar su autoestima, de revisar sus emociones y de procurar que vayan siempre al colegio con una sonrisa en el alma y la certeza de que los amamos por mucho que, a veces, tengamos que lidiar con ellos y sus ánimos.

Ser padre es el acto de valentía y generosidad más grande al que cualquier persona puede someterse. A tu propia incertidumbre vital, deberás sumarle la de tus apéndices y batallar con la de ambas partes regalando lo mejor de ti mismo sin esperar nada a cambio. Siempre ha sido así y siempre lo será... Pero no olvidemos que en la aventura se esconde el reto y, en el reto, el sentido de la vida...y si, además este sale bien, el mayor triunfo existencial.