Los medios de comunicación se han hecho eco del fallecimiento del preso más peligroso de nuestras latitudes, el denominado Hannibal Lecter de las prisiones españolas. Su expediente presentaba muertes y brutales agresiones, a internos y funcionarios.

La Administración Penitenciaria decidió aplicarle la modalidad regimental más severa dentro del marco de la legalidad. Se lo había ganado a pulso. Pero, no fue siempre así. Durante muchos años disfrutó del régimen de vida ordinario, compartiendo las salidas al patio, comedor, talleres, etc. con los demás internos destinados en su módulo.

Sin embargo, la finalidad de esta reflexión no es describir la trayectoria penitenciaria del citado interno sino reflejar hasta qué punto nos exponemos, los funcionarios de prisiones, en nuestro día a día. Motivo por el cual solicito al estimado lector que reflexione y tome conciencia de nuestra realidad.

Los módulos residenciales albergan un número muy elevado de internos (se supera los 100 reclusos en muchos ocasiones). Para realizar las tareas de vigilancia de internos e instalaciones se suele destinar a un funcionario (con suerte dos), que deambula entre tal contingente de delincuentes durante toda la jornada. Eso sí, provistos de un walkie y un bolígrafo para hacer frente a cualquier imprevisto.

En este entorno trabajamos y nos tenemos que hacer respetar. A veces, es difícil conseguir que los reclusos cumplan con sus obligaciones y no ceder ante sus coacciones. Tratamos con un colectivo muy conflictivo que no acepta fácilmente una negativa. Las compañeras funcionarias, que demuestran una entrega y profesionalidad incuestionable, tienen, además, el hándicap de imponer su autoridad ante internos con un elevado nivel de machismo (por motivos culturales, étnicos, etc.) y con aquellos condenados por delitos de índole sexual. Lo que hace su labor aún más loable. Inexplicablemente, nuestros dirigentes no nos conceden el reconocimiento de Agente de la Autoridad (como profesores, personal sanitario conductores de autobús) en el desempeño de nuestras funciones, algo que solicitamos desde hace tiempo. Estiman que, pese a estar rodeados de toda clase de criminales, en nuestro caso no es necesario.

Sea como fuere, somos los funcionarios y las funcionarias los responsables en última instancia de que se cumplan las normas regimentales necesarias para una adecuada convivencia. Generalmente, el cumplimiento de las mismas va en detrimento de la libertad y voluntad del interno. Es imprescindible tener mano izquierda con los reclusos, así como tener el valor de decir No, aunque no sepamos realmente a quién se lo estamos diciendo ni su grado de peligrosidad.

Mirando atrás, asusta pensar que el preso más peligroso de España pasaba desapercibido como otro recluso más antes de obtener tan despreciable reconocimiento. Asusta pensar que no se puede prever quién será el próximo Hannibal Lecter. Podría ser el siguiente interno al que le tenga que decir No...

Estimado lector, lo que realmente asusta es pensar que no tenemos ni idea a qué no exponemos.