Déjenme que comience estas líneas saludándoles de nuevo, en esta nueva jornada única e irrepetible de nuestras respectivas vidas. Hoy con una columna cuyo título he pedido prestado a Friedrich W. Nietzsche, ni más ni menos. Porque sobre grandes convicciones y su precio, sobre todo, quiero reflexionar hoy para ustedes.

Y, miren, no se trata de caer en un nihilismo absoluto, ni dudar tanto de todo, sin nada férreo y sólido a lo que agarrarse, que nuestra vida se traduzca en meros bandazos inconexos. Pero, dicho esto, sí que es cierto que cuando tenemos todo milimetrado, sin posibilidad de holgura conceptual alguna, de alguna manera nos determinamos tanto que puede terminar constriñéndonos. No es extraño el fenómeno, por ejemplo, de un ciudadano que vive de una forma muy determinada y muy apegada a determinadas tradiciones, costumbres o reglas muy tradicionalistas y que, de repente, o un día desaparece o sorprende a propios y ajenos con una doble vida „cara b„ que nadie ni por asomo sospechaba. Y es que cuando uno se mete en camisas ya no de once, sino de muchas más varas, a veces tales cárceles aprietan y hasta ahogan. Y creo que eso puede ser bastante incompatible con la naturaleza humana.

El caso es que les hablo de convicciones porque en estos días convulsos a raíz de la Cataluña postsentencia, estoy viendo sobre todo un país lleno de personas cargadas de fuertes convicciones. No entro aquí en el fondo del asunto „que ya lo haré„, ni justifico a unos ni a otros, ni tampoco me sitúo en una posición equidistante. No. Simplemente les cuento que me fascino por la existencia de tantos conciudadanos míos, vivan en Reus o en Carral, que manifiestan una profunda adscripción a una o a otra causa, a una forma o a otra de sentir su propia ciudadanía, de forma verdaderamente milimétrica y, por tanto, partidaria de las diferentes visiones de la patria y de la convivencia.

Ante todo ello, como les digo, no dejo de fascinarme. Y lo digo así, sin ambages y sin sentido peyorativo, pero profundamente sorprendido. ¿Por qué? Pues porque yo, por ejemplo, siento que cada día más navego en el sentido contrario. ¿En cuál? Pues en el de quedarme con el menor volumen de convicciones posibles, cuestionándomelo todo aunque sea para quedarme „a posteriori y con los deberes ya hechos„ exactamente en la misma posición de partida. O no. Pero „dejando como intocables los derechos humanos y socioeconómicos de todos los seres humanos, lo relativo a la sostenibilidad real del planeta y poco más„ no aceptando como convicción algo que, a la postre, seguro que es revisable. Y es más... Creo que ese es el resultado, por ejemplo, de una atenta mirada a la ciencia. Porque cuanto más rasca uno en la inconmensurable bola del conocimiento, más cuenta se da de varias cosas. Primero, de que lo que algún día se aceptó como incuestionable era mera hojarasca. Segundo, de que cuanto más profundizamos en el saber, más nos damos cuenta de lo poquísimo que conocemos de lo más fundamental. Y tercero, que el punto de vista y la naturaleza del observador marcan profundamente no ya los juicios éticos o morales, sino la propia operativa de cada uno de nosotros. Y es que yo, por mucho que me empeñe, jamás veré la vida como un niño que ha pasado toda la infancia en la calle, sobreviviendo cada día y rodeado de violencia. De ahí surge naturalmente un cierto relativismo que hemos de saber gestionar, y que no cabe duda se asienta profundamente imbricado en la diversidad.

Con todo, vuelvo a indicarles que me sorprenden profundamente las ideas claveteadas sobre fuego que exhiben tanto muchos de los partidarios de la causa soberanista como, también, muchas de las que dimanan de las personas más partidarias de lo contrario. Hay personas que dan su trabajo, su empeño y a veces hasta su bienestar o su vida por ideales que, abandonando ciertas certidumbres, son bastante cuestionables. Y no acabo de comprender por qué. Bien es verdad, y que no se ofenda nadie, que muchos de los argumentos exhibidos por las partes denotan un fuerte desconocimiento de la realidad, o una visión distorsionada del entorno. ¿Se sorprenden? No lo hagan. En general, es más fácil tener muy grandes certidumbres con un nivel cultural y educativo más bajo. No en vano los grupos más acérrimos de ideologías muy marginales son, con frecuencia, individuos que rozan cocientes intelectuales y niveles de preparación muy bajos. Y esto, nos guste o no, es parte del paisaje.

Por eso, sin entrar en qué se dirime aquí en estos días, y con qué legitimidad, hoy solamente me fijo en toda la certidumbre que me rodea, cuando sabemos que lo más íntimo de la materia „sumérjanse en la Física Cuántica y todas sus hijuelas„ está tocado por una indefectible incertidumbre. La misma que lleva a un estado cognitivo „el de no tener todo absolutamente claro y basado en postulados irrenunciables„ en el que les aseguro uno puede sentirse muy cómodo, manejando escenarios de lógica borrosa, y que contrasta profundamente con visiones casi caricaturescas „por predecibles„ que uno puede ver estos días de sus propios protagonistas, a poco que se encienda el televisor.

Como apostilla, me pregunto... un programa conceptual tan parco en ideas complejas y tan simple como el que se exhibe y promueve a veces, ¿será real, o un mero producto que se sitúa en el mercado para que otros, atenazados también por enormes certidumbres, lo compren con sus votos? Quién sabe...