Abrí el cajón de la mesilla de noche y rescaté la pistola envuelta en la bayeta de lustrar los zapatos. Me senté luego en el borde de la cama y observé el andar errático de una hormiga minúscula sobre la pared mientras me llevaba el arma a la sien. Conté hasta tres, porque siempre cuento hasta tres mentalmente antes de hacer cualquier cosa importante, y apreté el gatillo. El tiempo se ralentizó de tal modo que escuché el disparo y sentí la vibración que producía el paso de la bala por el tubo. Enseguida, aunque despacio, escuché el crac producido por la rotura del tabique y seguí la trayectoria del proyectil a través de la masa arcillosa del cerebro. En ese instante, antes de que la bala saliera por el lado izquierdo de la cabeza, me desperté.

Me desperté muerto, claro, y conté hasta tres antes de ponerme las zapatillas para ir al baño. Cuando regresé al dormitorio, di los buenos días a mi mujer, que acababa de abrir los ojos y que no notó nada. Más tarde, mientras desayunaba, sonó el móvil, y hablé con un amigo con el que había quedado a comer ese día. Me citó en un restaurante nuevo, a las dos y media. Trabajé toda la mañana con la bala alojada en la cabeza, muy cerca de la sien, lo que acabó provocándome una neuralgia que combatí con un analgésico que me hizo efecto a los 15 minutos. Conté hasta tres antes de salir de casa. Había mucha gente en la calle y yo me cruzaba con unos y con otros sin que nadie se percatara de mi situación.

Me pregunté si habría más gente como yo en el autobús que me llevaba hasta el centro, y me pareció distinguir a una mujer de mediana edad, también difunta, con la que intercambié una mirada significativa. Se bajó antes que yo y rozó su mano con la mía al salir. Estaba muy fría: quizá llevaba muerta dos días o más. No sé. Con mi amigo, todo bien, normal. Hablamos de cine porque estaba escribiendo un guion cuyo argumento no entendí bien. Volví a casa un poco aturdido por el vino y por la copa de después del café. Me acosté pronto y al día siguiente, cuando sonó el despertador, conté hasta tres antes de abrir los ojos y amanecí completamente vivo. Como era sábado, desayuné fuera de casa mientras leía el periódico con la parsimonia característica de los festivos.